Opinión
Lo que no se puede robar
Una de las tumbas atacadas en Torrero era la del poeta Miguel Labordeta, de cuya lápida arrancaron la escultura de Paco Rallo que reproducía su rostro
Es una sensación de indefensión, como si algo estuviera tronando en algún lugar al que no puedes llegar, tampoco protegerlos ni protegerte, pero sabes que están ahí dormidos y tranquilos, ausentes y muertos y vivos en el recuerdo de los suyos que somos nosotros. Hace tan solo unos días unos 500 nichos del cementerio de Torrero fueron atacados y de las lápidas o los enterramientos se llevaron ornamentos y detalles metálicos se supone que para su venta. Ignoro a quién y cómo.
Una de las tumbas era la del poeta Miguel Labordeta, de cuya lápida arrancaron la escultura realizada por Paco Rallo que reproducía su rostro de perfil, el rostro de un poeta, como figura en su lápida, que falleció el 1 de agosto de 1969 tras escribir versos hermosos, duros y desolados versos sobre la guerra, el amor, el destino, su amada Zaragoza o sobre él mismo. Versos como los que reproduzco en estas líneas: «Me registro los bolsillos desiertos para saber dónde fueron aquellos sueños. Invado las estancias vacías para recoger mis palabras tan lejanamente idas. Saqueo aparadores antiguos, viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas, estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato, pero nadie me dice quién fui yo».
Ahora yo también reviso fotografías amarillentas en una playa del Mediterráneo, abrazando la luz de una terraza donde el poeta fue feliz antes de irse gritando: «¿En qué escondidos armarios guardan los subterráneos ángeles nuestros restos de nieve nocturna atormentada?». Es difícil saberlo cuando el ruido se extiende sobre los muertos silenciosos, ruido que amputa algo tan sagrado como es el recuerdo entre los vivos cuando abrazan tumbas de agua y sueño, soledad, nube o mar.
No volverá tu perfil de poeta enamorado o al menos no el mismo y nosotras seguiremos releyendo tus versos para no olvidar que tu pluma dijo: «Mientras os ponéis de acuerdo preparando las víctimas futuras, yo me invado total, yo me libero en el espléndido océano de mi desventura y me despojo de guerras civiles, ¡masacradores de holocaustos!». Hoy sobre Zaragoza pesa un cielo gris, ese que abrazaste tantas mañanas, ese en el que con tu ardor de buzo te sumergiste en el Ebro para huir de un mundo tuerto, asesino de dulces tardes enamoradas, mientras tú sigues viajando hacia orillas azules, libres, desnudas, puras. Eso nadie nos lo robará.
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