Opinión | Editorial
Después de la opa
La opa del BBVA sobre el Sabadell, cuyo proceso se ha prolongado durante 17 meses, no tendrá prórroga y ha quedado finalmente desactivada, después de que solo la hayan aceptado accionistas del banco con sede en Cataluña que representan el 25,4% del capital. La cúpula y la plantilla de la entidad vallesana, las instituciones políticas y económicas catalanas y los sindicatos han exhibido una abierta satisfacción. El BBVA ha aceptado los hechos y compensado a sus accionistas con una perspectiva de dividendos extraordinarios. Y las bolsas han reaccionado incrementando un 5,98% el valor de las acciones del BBVA y restando un 6,78% a las del Sabadell.
Si es simplista hablar de fracaso y victoria aún lo es más hacerlo interpretando que la variación del valor en bolsa en las 24 horas posteriores al desenlace dan o quitan razones a las entidades implicadas. La cotización de ambas durante el último año y medio ha venido condicionada por las expectativas generadas por la oferta de compra y lo lógico es que se ajusten, y no solo en el plazo de un día, al valor percibido por el mercado de la salud presente y las expectativas de futuro de ambas, un valor en cualquier caso aún notoriamente superior a la cotización que tenían al inicio del proceso.
Una oferta inferior a los cálculos de los accionistas del Sabadell sobre la rentabilidad futura de la entidad en solitario, la posibilidad de que algunos de ellos especulasen con una segunda opa si el porcentaje de aceptación quedaba entre el 20% y el 50%, el apoyo de tenedores de acciones que a la vez son clientes, el de empresas e instituciones, todo ello añadido a la dificultad intrínseca de cualquier opa hostil, que conlleva una reacción defensiva, se han conjugado para hacer descarrilar la propuesta de integración presentada por el BBVA.
El peso del entramado social movilizado para abogar por el mantenimiento de una entidad vinculada a un territorio y un tejido empresarial aparece como uno de los motivos de peso que han llevado a un resultado de una contundencia que pocos preveían. Los esfuerzos de los dos bancos por hacer llegar sus mensajes a los accionistas y a la sociedad con un contenido que iba más allá de lo puramente contable demuestran que eran conscientes del peso que iban a tener estos factores. Pero entidades mucho más imbricadas institucionalmente en su territorio de origen acabaron siendo absorbidas durante la crisis financiera que dinamitó el mapa de cajas de ahorro. Lo que pesó entonces fue el estado terminal de sus cuentas y lo que ha reforzado el proyecto de continuidad del Sabadell han sido los resultados que ha ofrecido su gestión en los últimos años.
Ambos bancos plantean ahora, tras un periodo excepcional excesivamente largo –que obligaría a replantear los requisitos del actual decreto que regula las opas– cuál será su futuro. El valor de la pequeña escala ha quedado reivindicado. Pero la necesidad de ganar tamaño, un imperativo común a todo el sistema financiero europeo por el que han clamado los informes sobre la competitividad de la UE de Mario Draghi y Enrico Letta, sigue siendo un reto pendiente. Se podrá responder a él con alianzas menos rígidas que las absorciones, o con ellas. De carácter nacional, o internacional. Que podrían reforzar, o cuestionar aún más que con la opa que ha decaído, la supervivencia de entidades financieras con autonomía de decisión vinculada a su territorio de origen. Que el desenlace de la opa –el futuro de un BBVA y un Sabadell que sigan caminos independientes– sea un éxito o un fracaso para cada uno de ellos depende mucho más de cómo respondan a esos retos que de la reacción a corto plazo de los inversores.
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