Opinión
Pradales
El presidente del País Vasco, Imanol Pradales, no asistió a la Fiesta Nacional del 12 de octubre. Faltaron otros presidentes autonómicos, cierto, los levantinos, pero fue a causa del mal tiempo. Lluvias torrenciales que ni en Bilbao ni en San Sebastián ni en Vitoria cayeron. Al no concurrir causa de fuerza mayor, el lendakari perfectamente pudo haber acompañado al Rey y al Gobierno en el desfile militar, en la recepción del Palacio Real, incluso aprovechar la visita a Madrid para conocer alguno de esos Museos, como el Arqueológico Nacional, que tanta luz arrojan sobre el origen de los pueblos patrios, pero el caso es que no se presentó, se quedó allá, en el País Vasco, a sus cosicas.
Ya desde la época del siniestro Arzalluz viene siendo costumbre que el jerifalte vasco, cuando milita en el PNV, no acuda a actos estatales o constitucionales. Quiere significar con ello este partido de pequeños burgueses y rancia moral misacantana, pero de tanto amor al dinero como las huestes de Junts, su homónimo en la rapiña periférica, que son distintos. Que si su jefe no va a Madrid a mezclarse con los otros colegas de la «plurinacionalidad» es porque ellos son diferentes. Más antiguos y preparados. En una palabra, mejores.
Nada más lejos de la realidad. El vasco, sin la ayuda sostenida, injustificable, incomprensible, de los gobiernos de Franco y de la Transición, no sólo no destacaría, sino que estaría a la cola de las regiones. Ya Unamuno se quejaba de su falta de educación, de su ruralismo excluyente, endogamia y ausencia de empatía y universalidad. Pero el dinero hace prodigios y hasta allá ha fluido con generosidad, a cambio de que sus afortunados receptores nos sigan haciendo el favor de continuar en España.
Con condiciones, naturalmente. Una es mantener y acrecer su erario con toda suerte de privilegios financieros. La otra, fingir que su pertenencia a España es meramente accidental, transitoria, porque ellos, que a lo máximo que han llegado ha sido a Comunidad Autónoma (y a mucha honra), son país, nación, un estado, como el palestino, aplastado por otro, el español, que solo le da migajas.
Lo peor: que muchos, como Pradales, se lo siguen creyendo.
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