Opinión | Con la venia
Inmigración, un desafío a la estabilidad
Se está estructurando un proceso de individualización que nos lleva a la creciente y evidente dificultad para definir espacios de interés colectivo
Los profesionales del pesimismo ocupan un espacio creciente que es necesario combatir. Son profesionales especializados en cuestiones y pareceres que atañen especialmente al mundo de la política, siempre dispuestos a contemplar la realidad desde una óptica generalmente melancólica cuando no catastrofista. Como respuesta, también existe una legión dispuesta a rebelarse contra el derrotismo que impide la evolución de todas las culturas. Esto ocurrió antaño y ocurre hogaño en todo tiempo y lugar, en cada momento de nuestra historia y de todas. Acción y reacción, el viejo conocido axioma científico.
Ante esta situación, hoy como siempre, lo más responsable sería militar con ambición en el mundo de los valores y, en particular, en el valor del optimismo ejercido como poderoso instrumento, cuando se tiene voluntad real de cambio y mejoramiento de nuestra sociedad. Pero el optimismo como motor de cambio es un valor que hoy por hoy cotiza a la baja aunque se dé el hecho paradójico de que vivir más años, con mayor riqueza y más libertad, más avances en medicina, mayores y mejores prestaciones públicas no suponen factores suficientes para garantizar mayor igualdad, más tranquilidad y por lo tanto mayor felicidad. Pero por buena que sea la voluntad que azuza nuestro optimismo ya sabemos que no es posible desconocer que el mundo va perdiendo (espero que no de manera irreversible ) la fe en el progreso acumulado y constante de la sociedad y de sus miembros, legítimos herederos del racionalismo científico y de la Ilustración.
Sí . La frágil estabilidad mundial puede súbitamente alterarse con guerras, bancarrotas y pandemias mortales. Somos plenamente conscientes de que en un lapso de tiempo fugaz las cosas pueden empeorar, que el nivel económico de nuestros hijos puede ser peor que el nuestro. Sentimos un miedo que pone a disposición de los pesimistas verdes praderas en las que alimentar sus oscuros augurios.
Por ello, una vez acordado el optimismo antropológico que la decencia y el sentido común aconsejan, es imprescindible recordar que vivimos en un mundo constantemente acelerado y cambiante de cuyos peligros nadie puede escapar, independientemente de su lugar de residencia o de su condición social.
Con los restos del naufragio de las grandes ideologías sumidas en crisis ideológicas se está estructurando un proceso de individualización que nos lleva a la creciente y evidente dificultad para definir espacios de interés colectivo y que parece unido al auge imparable de la extrema derecha y no sólo, curiosamente.
Inseguridad y temor a la pérdida de identidad explican la creciente xenofobia que recorre galopante toda Europa
Todos los movimientos que encajan en este modelo se caracterizan por un antieuropeísmo feroz, por nacionalismo xenófobo, el rechazo a los inmigrantes y una obsesión por la seguridad que vincula inmigración y delito como mundos paralelos e inseparables.
Quizá no es demasiado justo escandalizarse por el crecimiento de tales manifestaciones porque bien pudiera ser la respuesta, sino razonable, sí explicable frente a la ausencia total de políticas reales de rehabilitación e inserción social de los extranjeros. Miles de hombres jóvenes deambulan por nuestras calles y plazas sin expectativas ni permisos que permitan con rapidez su incorporación a la vida laboral, lo que conlleva riesgos que conviene conocer y resolver. En tal situación podemos cometer el error de detenernos en los rasgos más pesimistas que conlleva el fenómeno de la inmigración, olvidando sus grandes aportaciones , especialmente a nuestra cultura y economía. Pero tampoco supone desconocer que determinados grupos de extranjeros se mueven en los ámbitos de la delincuencia y la marginación, lo que constituye una merma considerable de seguridad y genera un clima ciudadano de injusto rechazo al conjunto de la ciudadanía que vive en nuestro país. Es cierto que el crecimiento, a veces incontrolado, de extranjeros en situación irregular en buena parte de países de la Unión Europea (Francia e Inglaterra o Países Bajos sobre todo), está poniendo en cuestión la propia identidad de los países de acogida. Inseguridad, por un lado, más el temor a la pérdida de identidad son los elementos que explican la creciente xenofobia que recorre galopante toda Europa y pone en cuestión los fundamentos básicos de nuestra democracia.
El gran reto de nuestro tiempo es hacer compatible el control y represión eficaz de la inmigración ilegal, y dar paso franco y facilidades a quienes sólo desean asegurar su porvenir y el de su familia. No sólo es lo justo y necesario.
Es la única manera de devolver a la sociedad un suelo estable, confianza en las instituciones y en un futuro común.
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