Opinión | El ángulo
Cuando el miedo gana elecciones
El miedo ha dejado de ser una emoción pasajera para convertirse en un estado permanente, aunque no dejamos de tener motivos para ello, pero la respuesta en el pasado era bien distinta. En esta cultura del miedo que nos deja paralizados o indiferentes, si no nos afecta, las reacciones tardan en llegar y en contagiarse para dar una forma colectiva.
Las principales ciudades norteamericanas se manifiestan contra un Trump que responde con un meme piloto lanzando excrementos desde un cazabombardero, o Milei después de dos años de gobierno debe escuchar insultos cada vez que sale a la calle, que empobreció hasta la miseria. Ambos ganaron en un mundo donde los peligros son invisibles, globales y difíciles de controlar, lo que genera una constante sensación de inseguridad. Esa percepción se convierte en una herramienta poderosa en manos de los actores políticos que usan para posicionarse como salvadores frente a amenazas reales o construidas. Se refuerza una visión maniquea del mundo, donde el adversario político se convierte en una amenaza existencial. Y una vez despertado el miedo en la población, se obtiene una gran capacidad de control social.
El temor se ha instalado en nuestra vida diaria, alimentado por medios que amplifican amenazas reales e imaginarias, y por partidos políticos que han aprendido a usarlo para movilizar, dividir y controlar.
Los medios, a veces, lejos de ser transmisores de información han tenido una actuación destacada en crear esta atmósfera de inseguridad. La selección de noticias, el énfasis en la violencia, el terrorismo, o en las crisis naturales o económicas genera una percepción constante de amenaza. El llamado miedo mediático inmoviliza la acción colectiva y fractura los lazos sociales.
En este contexto, los partidos políticos han perfeccionado el uso del miedo como herramienta de propaganda. En España Vox, por ejemplo, lo usa frente al otro, migrantes, feminismo, independentismo como eje central de su narrativa política donde solo ellos representan el orden y la seguridad. Pero no son los únicos, tanto partidos de izquierda como de derecha han recurrido a esta estrategia, adaptando el tipo de amenaza según su ideología.
El miedo, como emoción primaria, tiene un poder movilizador indiscutible pero también polariza, paraliza y deshumaniza. Nos volvemos una sociedad lenta, que tarda en reaccionar ante un genocidio, ante una revolución neoconservadora de recorte de derechos y libertades fundamentales o ante nuestro gran problema patrio, la crisis habitacional. Esta construcción del miedo no es inexorable puede ser desmontada si nos ocupamos de ello con arrojo y sentido crítico.
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