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Opinión | Opinión

El Real Zaragoza, la vergüenza como inflexión

Ante una de las mayores crisis de su historia, el peor síntoma quizá sea la resignación de una afición que ya no cree en milagros

El Real Zaragoza se halla ante una de sus crisis más importantes de su historia y el mayor problema ahora puede no ser que en el plano deportivo parece una plantilla sin capacidad de reacción, hundida y a la deriva dentro y fuera del campo, sino la sensación de que haber perdido por completo la brújula que siempre marca el norte al que dirigirse. Son muchos los síntomas expuestos a la vista de todos en el Ibercaja Estadio que demuestran que el abismo actual es de dimensiones incalculables. Mucho más profundo que hace solo una semana, cuando la enésima derrota de la era Gabi acabó con el técnico despedido de forma fulminante antes incluso de tener un recambio atado. La llegada de Emilio Larraz al banquillo, un hombre de la casa, para muchos era la transición hasta que ficharan a otro entrenador que fuera del gusto del director deportivo, Txema Indias, y de quienes mandan en el club, y así parecieron tomárselo los jugadores al saltar al terreno de juego, porque solo hizo falta un error infantil como el penalti cometido por el canterano Juan Sebastián para justificar el desastre, aunque antes ya daban una exhibición de desgana, falta de ideas y, en definitiva, de que nada había cambiado para el equipo. Pero lo de ayer no fue una derrota más. El marcador, la manita que le endosó un recién ascendido como la Cultural Leonesa solo es el reflejo de la deshonra, de la vergüenza y el bochorno, de la afrenta y el insulto a un escudo que merece mucho más que esa rendición. Aunque el mayor síntoma de que esta crisis no es como otras se ve en la grada, el hecho de que al finalizar el partido buena parte de la afición ya se había marchado, ni siquiera se habían quedado ya para mostrar su enfado y humillación, su rabia e impotencia. Si la resignación ya se ha trasladado a la grada, entonces la gravedad es infinitamente mayor y la solución, la ansiada reacción, está a años luz de producirse.

Todo esto unido es fundamentalmente el principal síntoma de que, con solo una semana de margen, el Real Zaragoza ha bajado aún más escalones hacia el abismo de una actitud generalizada de vergüenza y resignación, de desconexión absoluta entre el abonado y la dirección de la entidad, y mucho más con los jugadores que portan ese escudo que tantas alegrías le han dado en el pasado. Es, al final, lo que hace dudar de si el próximo entrenador que venga, que la directiva ya está buscando por tierra, mar y aire para que se siente en el banquillo frente al Sporting, será una solución a un problema que quizá excede lo deportivo. La vergüenza del sábado debería ser motivo más que suficiente para que sirviera de punto de inflexión en todos los estamentos del club, para huir del bochorno y la deshonra hacia ese escudo y su historia y reconstruir de verdad todo lo destruido durante años. Porque están a tiempo de reconducir una situación que, con todas las excusas que se pongan, se han labrado ellos solos. Moverse, maños, moverse.

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