Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión | Editorial

¿El fin del cambio horario?

La Comisión Europea respaldó ayer la petición del Gobierno español ante el Consejo de Transporte, Telecomunicaciones y Energía de la UE en el sentido de que se dé por finalizada en 2026 la normativa que prevé el cambio horario estacional, dos veces cada año, en los llamados horarios de verano y de invierno. Es un tema que lleva años debatiéndose y que genera múltiples controversias, aunque es cierto que la demanda de no variar el horario en función de las estaciones cada vez aparece con más intensidad, debido en buena parte a la recepción por parte de la opinión pública de las opiniones de los expertos que calculan que el impacto del ahorro energético (la principal baza a favor del cambio) ya no es significativo. No solo el presidente del Gobierno no le ve sentido, sino también un altísimo porcentaje de la ciudadanía. En una encuesta del CIS de 2023, dos de cada tres españoles apoyaban la supresión de la medida y, en una encuesta promovida por la UE, el 84% de los europeos opinaba en 2018 lo mismo. Así lo asumió el Parlamento Europeo en 2019 cuando decidió por una amplia mayoría que la fecha para terminar con el cambio horario sería en 2021.

En el videomensaje de Sánchez en el que defendía la medida, el presidente hizo hincapié en la necesidad de emprender iniciativas como estas para gobernar atendiendo a problemas reales de los ciudadanos. Parece que los dos grandes partidos han acabado por detectar y asumir el hartazgo del votante por la política de la retórica y cerrada confrontación e intentar captar sus inquietudes. Si eso se traduce en medidas reales y no anuncios efectistas sin nada detrás, sería de celebrar.

Tanto por la inercia de la medida, con el origen en la década de los años 70 y con el escenario de la crisis del petróleo, como por la dificultad de conseguir un consenso en el continente, se ha ido aparcando una decisión que, a estas alturas, parece necesaria e inevitable. Todo parece indicar que, efectivamente, el ahorro energético es insignificante, mientras que sí son importantes los problemas físicos que implica el cambio. Una de las decisiones que tendrá que tomar la UE, si llega a buen puerto la supresión, es escoger entre mantener el horario de invierno o el de verano. El invernal es el que genera más consenso porque permite aprovechar con más intensidad la luz diurna y la activación del cuerpo por la mañana, a la vez que regula con más racionalidad la alineación de la luz solar con el reloj biológico.

Desbloquear esta decisión permitiría plantearse al mismo tiempo otras -incluso si no se aborda el mucho más complejo tema de la racionalización de los horarios en España-. La hipotética implantación durante todo el año del horario GMT+1 permitiría asumir la reversión de una anomalía histórica. Como es sabido, el hecho de que España no se halle en el huso horario del meridiano de Greenwich (el del Reino Unido, Portugal, Irlanda, Marruecos o las Islas Canarias) y, en cambio, se ajuste al central europeo, se debe a la decisión de Franco, en 1940, de acomodarse al horario de la Alemania nazi. Un despropósito que podría enmendarse para la recuperación de un horario más natural y acorde con la geografía.

En la madrugada del sábado al domingo, el reloj se retrasará de nuevo. Puede que sea uno de las últimas variaciones que viviremos, en la perspectiva del 2026, cuando ha de decidirse si continuar con la estacionalidad o establecer un único horario anual.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents