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Opinión | El comentario

Mientras pagamos

Podría ser el argumento de una novela de misterio o de terror que un cineasta llevara a la pantalla. Podría ser también un caso de los que se estudian en las facultades de Derecho. Podría ser el tema que se propone para un concurso literario. Podría ser... Sin embargo, el triste descubrimiento del cadáver de Antonio Famoso, tras quince años muerto en su domicilio, es la realidad de lo que nos hemos convertido.

La frase de Descartes «pienso, luego existo», se ha convertido ahora en «pago, luego existo». Se nos llena la boca diciendo que, detrás de un número siempre hay una persona, una cara, una historia. Con Antonio Famoso eso no se ha cumplido. Sí, pagaba lo domiciliado en el banco, pero no gastaba nada más. Y a nadie le llamó la atención.

El individualismo feroz en el que vivimos ha convertido a la soledad no elegida en el peor de los males de esta sociedad nuestra en la que disfrutamos de grandes medios para estar comunicados, pero no relacionados que es otra cosa. La temporalidad de las inestables relaciones es prueba de ello. ¿Qué le pasó a Antonio? ¿Qué sintió? ¿En quién pensó?

He recordado una viñeta que corre por las redes sociales, en la que se ve a un anciano en la cama y unas cuantas palomas a su alrededor. Las palomas le dicen al anciano que, al no verlo en el parque se preocuparon y fueron a ver si le pasaba algo. ¿Serían las palomas encontradas alrededor del cuerpo de Antonio los únicos seres vivos que sintieron su ausencia?

Muchas preguntas pueden surgir en torno a la cruel realidad de este caso, no único. Sin embargo, debemos cambiar la dirección de las preguntas porque también deben cuestionarnos a nosotros. ¿Nos ha afectado el caso de Antonio? ¿Es la típica noticia que comentamos durante un día y, luego, pasamos a otra? Los seres humanos somos seres para la relación, entonces, cuando nos enteramos de noticias de este calado humano, ¿somos capaces de pensar en la humanidad que estamos perdiendo? Aquel sueño de salir mejores de la travesía de la pandemia se ha quedado eso, en un sueño del que ya no recordamos prácticamente nada. 

Hace unos días, en una céntrica calle de nuestra ciudad, vi a una persona que, con la ayuda de Cáritas, había salido de una situación que le había llevado a ser un «sintecho». Me llamó la atención volver a verlo en el mismo lugar donde solía pedir una ayuda, porque ahora ya tiene un trabajo y un pequeño piso. Le pregunté qué hacía allí y me dijo si había leído el cartel que tenía a los pies. Lo leí y en él solo ponía: «Por favor, ¿me das un poco de conversación?». Me dijo que su situación le había llevado a vivir en una soledad extrema y que, ahora, solo le gustaría tener a alguien con quien hablar y, si fuera posible, un amigo. Aunque solo fuera uno que lo mirase a los ojos cuando le hablara.

Entre las muchas inteligencias que conforman, según vamos descubriendo, nuestra vida, la inteligencia espiritual es una de ellas. Esta inteligencia, que tenemos todos los seres humanos con mayor o menor intensidad, sirve entre otras cosas, para observar qué calidad tiene, cómo es el vínculo que establecemos con aquello que nos rodea, nos sorprende e impacta cada día.En consecuencia, nos ayuda a decidir qué hacer ante unos hechos, ante una realidad.

Tiene que ser un propósito común articular un discurso para la esperanza ante un mundo patologizado por el individualismo y la indiferencia. Defender la vida como si fuera una obra de arte, como dice el filósofo Francesc Torralba, no debería ser una excepcionalidad. La complicada vida de la víctima hallada muerta en su casa sin que nadie la echara de menos tenía un valor porque toda vida humana tiene valor.

La esperanza, aunque la vendamos como algo que se acerca más al deseo, realmente se fundamenta en la posibilidad y es fundamental para afrontar nuestros propios cambios. 

Lo sucedido a Antonio Famoso nos podría llevar a la experiencia de la derrota absoluta y, en cierto sentido, todos tenemos un poco de culpa. Sin embargo, la vida nos da la oportunidad de redimirnos de nuestro atroz individualismo, y de impedir que haya otros Antonios que solo existan mientras paguen. Solo con que cada uno de nosotros abandonara un poquito de individualismo, tendríamos delante la posibilidad de la esperanza.

Antonio, donde estés desde hace ya tanto tiempo, perdónanos. Solo me sale decirte eso. Perdónanos.

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