Opinión | erre que erre
El respeto perdido a los ciudadanos

La ministra de Sanidad, Mónica García, este viernes en Zaragoza tras el 'plantón' de las comunidades del PP del Consejo Interterritorial de Salud. / Laura Trives
Los dirigentes políticos hablan mucho del sentido institucional, de la altura política, de la responsabilidad de Estado. Pero casi nunca lo hacen del sentido ciudadano, ese respeto básico hacia quienes sostienen, con sus impuestos, su paciencia y su voto, el edificio democrático. Los ciudadanos —no los partidos ni los gobiernos— son el centro de la vida pública. Pero cada vez se les trata más como un decorado en la lucha por el poder, como si su papel acabara el día de las elecciones y el resto del tiempo debieran limitarse a mirar.
El panorama político se parece a un juego de esgrima: lo importante no es el argumento, sino la estocada. Da igual el tema —sanidad, educación, migración o los cribados de salud—, todo se convierte en un duelo de titulares y frases efectistas. Lo esencial, la salud, la confianza o la transparencia, queda relegado. Lo que cuenta es quién gana el minuto de gloria, quién logra arañar votos o hacer tropezar al contrario, aunque sea a costa de la verdad, de la serenidad o del respeto institucional.
El caso de los cribados sanitarios es revelador. No dar los datos, ocultarlos o usarlos según convenga, nada tiene que ver con el interés público. Es puro cálculo partidista. Lo mismo ocurrió con los datos de los menores migrantes: temas delicados convertidos en armas políticas. Los ciudadanos quedan detrás del ruido, invisibles para quienes deberían servirles y no servirse de ellos. Y lo más grave es que esa dinámica se normaliza, como si fuera inevitable.
De ese ruido nace la desconfianza hacia la política. No porque la gente no entienda los problemas, sino porque ve cómo se utilizan como excusa o moneda de cambio. Mientras , lo verdaderamente importante —reforzar los colegios, aumentar médicos, mejorar servicios o transporte— se pierde entre declaraciones altisonantes y promesas que se esfuman con cada ciclo electoral. Lo urgente se aplaza, lo importante se olvida y lo accesorio ocupa todo el espacio.
En Aragón, como en otros lugares, lo que preocupa no son las guerras dialécticas, sino poder llevar a los hijos a un colegio digno, acudir a un centro de salud sin esperas eternas o contar con un transporte fiable. Pero eso exige gestión, presupuesto y visión. Y eso no da tantos titulares como una polémica en redes o una frase contundente en un pleno. Los problemas de fondo no caben en un tuit, y quizá por eso se aparcan. La distancia entre los discursos y la vida real crece cada día.
El respeto a los ciudadanos no se demuestra con palabras, sino con hechos. Con datos claros, decisiones coherentes y valentía para poner el bien común por delante del cálculo electoral. Si los políticos de verdad creyeran en el sentido institucional que tanto invocan, empezarían por recuperar el sentido ciudadano. Porque no hay mayor deterioro democrático que convertir la política en un ring y a los ciudadanos en público cautivo.
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