Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión

Trabajar y cuidar

Su generación no tiene nombre, como generación Z, mileniuns, boomers... Pero fueron, y siguen siendo, una generación única, irrepetible, admirable.

Tuve ocasión de conocer las historias de vida de cinco mujeres de esa generación sin nombre, nacidas en 1925 la más longeva, y en 1940, la más joven. Como alguien dijo de ellas, mujeres que vivieron un periodo de la Historia e hicieron de sí mismas... HISTORIA.

Historias de vida elaboradas y narradas con ayuda de sus hijas o nietas en la residencia donde ahora viven. Cada historia con sus vivencias únicas, irrepetibles, pero compartiendo una época extraordinariamente dura en su más tierna infancia o adolescencia, marcadas por una cruenta guerra civil y una no menos dura posguerra. Sufrieron la evacuación a otras ciudades, algunas vivieron represalias en sus familias, otras vieron su casa desvalijada por completo a su vuelta... No hubiera extrañado que estas vivencias les dejaran marcadas de por vida. Y, sin embargo, fueron capaces de forjar un carácter extraordinariamente resiliente, como diríamos ahora, con ánimos sobrados para seguir viviendo, para disfrutar de sus juegos infantiles, para enamorarse, para formar una familia, para emprender un negocio o una actividad económica.

Hoy nos cuentan su vida sin acritud, con miradas agradecidas a una vida que, ni mucho menos, se lo puso fácil.

Han vivido y protagonizado cambios más profundos que ninguna otra generación en toda la historia de la humanidad. Aprendieron a escribir con un pizarrín (una barrita de pizarra con la que se escribía sobre un trozo plano también de pizarra), y ahora han conocido los potentes ordenadores y todo el universo de pantallas. El teléfono en su pueblo, si lo había, era de esos de manivela y clavija; y hoy utilizan móviles para hablar con sus hijos y nietos, vivan donde vivan; incluso algunas se atreven con la videollamada. Conocieron las primeras radios galena o con enormes válvulas de vacío, y ahora ven la televisión en color con multitud de canales y retransmisiones en tiempo real de cualquier noticia o espectáculo en cualquier lugar del planeta.

La electricidad, en su infancia, era poco más que una bombilla de luz tenue y amarillenta, donde la había; y hoy hace funcionar todo tipo de aparatos. Ellas, que tuvieron que fregar de rodillas y lavar, con las manos entumecidas por el agua fría en el lavadero comunitario, vivieron la aparición de la fregona primero, y de la lavadora y demás electrodomésticos después. En sus casas no había agua corriente ni, por supuesto, duchas o wc; para eso estaban los orinales, el corral, la cuadra, o las callejas.

Se ocupaban del cuidado de la casa, de la administración de la precaria economía familiar, aunque en sus años jóvenes y aún de adultas, la mujer no podía disponer de ningún bien ni administrarlo sin el consentimiento de su marido.

Pero quizás el común denominador que mejor sintetiza lo que fue su vida y la de toda esa admirable generación de mujeres, se resume en dos palabras: trabajar y cuidar.

Trabajaron en casa, y con sus maridos en el campo o con los animales. O montando su propia actividad profesional o su negocio de vaquería, peluquería, modistas... Y cuidar. Todas ellas tuvieron que cuidar a sus hijos, y a sus maridos; y también a sus padres y a sus suegros; y a veces a algún hermano o hermana, o a otros familiares. Conciliar es un verbo que su generación no tuvo oportunidad de conocer ni conjugar.

También forma parte de su común denominador su obsesión por conseguir una vida mejor para sus hijos. Con ese objetivo dieron por buena cualquier privación y cualquier esfuerzo, con la ilusión de que tuvieran estudios y pudieran disfrutar del bienestar y la seguridad que ellas no tuvieron.

Tuvieron motivos sobrados para renegar de la vida y rendirse. Pero, sin embargo, nos han dado un ejemplo de una vida intensa y de una actitud admirable. Incluso en los momentos más duros de la pandemia, nos enseñaron a resistir y superar con ánimo las circunstancias más adversas. Y a no rendirse nunca, porque para ellas la vida es algo que ninguna adversidad puede detener.

Quizás, como premio a esa actitud, todas ellas vivieron de manera entrañable y apasionada sus amoríos juveniles. Emociona escuchar esos «amores a primera vista», a sus 14 ó 17 años de edad. Amores que desembocaron en matrimonios de por vida y en familias que hoy, en su edad madura, son el mejor regalo de la vida.

Amores que se forjaron, en ocasiones, a 13 grados bajo cero, Torico arriba y Torico abajo, como ellas nos cuentan. Porque las cinco nacieron, vivieron, se enamoraron y siguen viviendo en Teruel.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents