Opinión | a contraluz
Había una vez, un circo
Este lunes se reunía en Perpiñán (Francia) la cúpula de Junts, convocada por Puigdemont, para escenificar la ruptura con el Partido Socialista y el denominado "bloque de investidura". Pero –o yo estoy en un momento muy zen e inconsciente de mi vida– poco riesgo real le veo al asunto, más allá de servir para que Puigdemont gane, durante unas horas, relevancia en la prensa nacional. Porque ya tenemos su titular: "No ayudaremos a este Gobierno ni a ningún otro que no ayude a Cataluña". Y yo me pregunto... ¿Y después, qué? Ni es la primera frase elocuente de las malas relaciones –la expresión "Pedro Sánchez no es de fiar", que entonaba ya hace unos meses, me remito H, ni, una vez ha finalizado la rueda de prensa y se han hecho la foto, ha cambiado la aritmética parlamentaria de ayer. A fin de cuentas, Junts lleva un año haciéndose notar en el Congreso, con aspavientos de enfado por una cosa u otra con Sánchez y, pese a ello, el recuento de las votaciones hasta ahora dice que mucho ruido y pocas nueces.
La alianza de toda la derecha (PP-Vox-Junts y aliados circunstanciales) solo ha cuajado en 3 de unas 1.200 votaciones, y Junts se ha desmarcado del campo gubernamental 19 veces, sobre todo en economía y energía. Ello no quita para que les reconozca que saben elegir cuándo desmarcarse, ya que, cuando lo hacen, salen por la puerta grande: como hace pocas semanas, cuando PP, Vox, UPN y Junts sumaron 178 votos y devolvieron al Gobierno la reducción de jornada a 37,5 horas, tumbando una de las propuestas estrella del Ejecutivo; o cuando el pasado enero tiraron también juntos las ayudas extraordinarias por la dana y la subida de las pensiones, al no aprobar el llamado Decreto Ómnibus.
Pero, más allá del titular de la reunión de Perpiñán y el minutito de gloria de Puigdemont, aunque no se hubiera escenificado la ruptura, ¿de verdad alguien esperaba, vista la deriva de los últimos meses, unos presupuestos aprobados por Junts? Y, en la cara contraria de la moneda, ¿alguien espera que, pese a romperse el apoyo a Sánchez, pueda prosperar una moción de censura con Vox y Junts en la misma foto, sobre todo cuando los de Vox no cederían sus votos a cambio de nada?
Cierto es que a Junts poco o nada le importa la deriva a la ultraderecha en el discurso del Partido Popular, impuesto por Génova desde que las encuestas obligaran a los de Feijóo a mirar por el retrovisor. A fin de cuentas, el propio Junts –un partido de derechas donde los haya– ya había hecho lo propio cuando obligó a que el PSOE cediera a la Generalitat las principales materias sobre inmigración, después de que la formación xenófoba Aliança Catalana diera la sorpresa y se colara en el Parlament en las elecciones del año pasado (cesión que no salió adelante, pero no porque el PSOE dijera «basta», sino porque Podemos se negó a dejar que los zorros se encargaran de la gestión del gallinero). Pero sí que creo que ahora mismo no es posible ningún pacto entre Junts y Vox, cuando precisamente los de Abascal siguen pidiendo «recibir al prófugo golpista Puigdemont» con un «Puigdemont, a prisión».
Así que auguro que, en las próximas semanas, más que cambios reales en las aritméticas parlamentarias, lo que veremos serán verdaderas sesiones de circo, con su contorsionismo y equilibrismo dialéctico: a los portavoces del PP pidiendo a Sánchez la convocatoria de elecciones porque no puede aprobar los Presupuestos Generales del Estado, poniendo a la presidenta extremeña como ejemplo de buen hacer; mientras ello obliga al resto de sus presidentes autonómicos, y ello incluye a Jorge Azcón, a dar volteretas laterales y triples mortales hacia atrás para esquivar tener que aplicarse el cuento.
Ahora hay que ver lo que sucede en nuestra comunidad, porque, tras ese anuncio que hizo Azcón –en plena euforia del día del afiliado del PP– de que la presentación de los presupuestos autonómicos sería «inminente», tiene tres opciones: la primera, sacarlos adelante regalándole la camisa y el discurso a Vox, que actúa como un niño abusón que le quiere robar la merienda; la segunda, sentarse a negociar con el resto de fuerzas en materias concretas, por difícil que sea, buscando un trabajo de negociación política real y unos presupuestos con ADN propio, alejados del ruido de la política estatal –casi me atraganto de la risa solo de pensarlo, ¿a quién quiero engañar?–; o tercera, si no le van las cabriolas y el equilibrismo de quien pide una cosa y hace la contraria, convocar elecciones con la esperanza de que el suflé de Vox se desinfle.
El tema tendría su gracia, si además del circo no estuviera en juego el pan.
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