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Opinión | Sala de máquinas

Anna Weyant

Admirando los cuadros de Anna Weyant (Calgary, 95) expuestos en el Museo Thysen, fácilmente podríamos registrar una sensación parecida a la que algunos, o muchos, experimentamos frente a los lienzos de Balthus.

No en vano, una de sus composiciones más conocidas, la que representa a dos adolescentes, el imberbe chico con joroba, la niña como congelada en un salón con chimenea, «acompaña» a las obras de Weyant a modo de precedente o referente (como si, en efecto, Balthus y ella debieran compartir la misma sala en un museo permanente).

Las piezas pictóricas de Weyant se dividen en dos principales categorías: bodegones y figuras.

Los primeros son de un expresionismo más allá del canon. Objetos aislados en su rotunda individualidad, pretenden al mismo tiempo vincularse con otros elementos de cada una de esas «naturalezas muertas». Que, sin embargo, no lo están, pues logran vivir de una manera luminosa y estática, como si el pincel de la artista las hubiera preservado del inevitable deterioro del paso del tiempo con una luminiscencia interior.

Hay en las figuras –casi todas femeninas– como en los bodegones, una vida latente, una mirada inmóvil, detenida en una eternidad o limbo que, lejos de configurar alguna verdad –al menos, alguna certeza–, nos arroja a un abismo de dudas. La capital de ellas, saber si esas mujeres, casi todas adolescentes, que nos contemplan inmóviles, estáticas, hieráticas como jeroglíficos egipcios, son portadoras de algún mensaje relativo a los misterios de la vida, o simplemente representan la genuina visión que Anna Weyant tiene del ser humano, de su juventud (neutra, en este caso), de su belleza (fría, incómoda), y de su actividad (ninguna).

Una invitación a meditar sobre la identidad, combinándola, además de con obras de Balthus, con otras de Piazzeta, Magritte, Schad o Preti. Una buena compañía para mitigar la soledad de las criaturas de Weyant, no siendo seguro, ni siquiera probable, que aun así lleguen a hablar entre ellas... Ni siquiera, en la distante indagación de sus respectivos interiores, a mirarse para descubrir que no están tan solas en el mundo como el visitante de la exposición, al margen de las interesantes reflexiones que le sugerirá la muestra, podría llegar a pensar. (Y no se equivocaría).

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