Opinión | Sala de máquinas
Sanguijuelas
El hábito de no dimitir ha terminado por corromper la moral pública. Desde el punto de vista político, España es un país moralmente arruinado por sus principales partidos, sectas o nidos de corrupción. La obstinación en seguir en sus cargos de los principales sospechosos está condicionando la vida institucional, colapsando la acción de gobierno.
Pedro Sánchez, rodeado de corruptelas en su círculo íntimo, no sólo no considera que tenga que dimitir, sino que acusa a los jueces de atacar a su familia y colaboradores. Carlos Mazón, rodeado de muertes, sonríe siniestramente en su sillón presidencial. Moreno Bonilla tampoco se plantea dimitir. ¿Por qué, si total solo son unos cuantos miles de mujeres a las que ha estafado y puesto en riesgo su Sanidad? Ábalos, el miserable ex secretario socialista, rodeado de prostitutas y macarras, tampoco dimite de un Congreso de los Diputados incapaz de ponerlo en la calle... Y así una interminable lista de «supervivientes» que «resisten» en sus puestos, cobrando religiosamente hasta el último euro de sus dietas, y sin renunciar a uno solo de sus privilegios, entre los que destaca el aforamiento.
Este discutible tratamiento legal, que protege a la casta por mor de su representatividad, les anima indirectamente a no presentar dimisión alguna, complicando y dilatando los procesos judiciales y franqueándoles la ganancia de tiempo para armar sus defensas y, con un poco de suerte, prescribir sus casos.
Ahora mismo, el más repulsivo es el de Mazón, un político marrullero y mentiroso, patéticamente aferrado al cargo sobre una pila de cadáveres que le interrogan por su frivolidad e incapacidad al frente de su inútil gobierno. Es increíble que semejante granuja siga a bordo de un coche oficial, representando a cinco millones de ciudadanos españoles que abominan de él. Su partido el PP, con el pusilánime Feijóo al frente, ha cometido el error de apoyarlo. Lo han arropado, defendido en sus actos públicos como un ejemplo a respetar. Como consecuencia, el PP valenciano ha perdido cinco puntos en intención de voto, que se han trasvasado a Vox.
Cubierta de sanguijuelas, la vaca democrática no da leche presupuestaria y agoniza en un pesebre lleno de alimañas.
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