Opinión | EDITORIAL
Sin mujeres en el palco
La presencia de mujeres en un terreno de juego se ha normalizado plenamente. Con esfuerzo y talento, las futbolistas han conquistado su lugar en el césped y multiplicado audiencias, patrocinios y referentes. Sin embargo, esa imagen sigue siendo solo un fragmento de la fotografía. Cuando se amplía el foco hacia despachos y palcos, la escena es otra muy distinta. La igualdad se desvanece y las mujeres desaparecen.
Los números son elocuentes. De los 20 clubes de Primera División, solo nueve cuentan con alguna mujer en su junta directiva y, en la mayoría de los casos, sus cargos se ciñen a áreas sociales o administrativas, quedando relegadas de la dirección deportiva o financiera. Son pocos los casos en que la presencia femenina está consolidada. Solo un club de Primera está presidido por una mujer: Marián Mouriño, en el Celta de Vigo. La foto de los palcos sigue siendo, mayoritariamente, un retrato coral de hombres.
La exclusión de las mujeres en los órganos directivos no es coyuntural, sino estructural. El fútbol profesional nació y creció bajo códigos masculinos y su cultura de poder ha sido históricamente endogámica. Son muchos los clubes que aún se gestionan como feudos con apellidos y afinidades, donde la presencia femenina se tolera más como un gesto simbólico que como liderazgo real. No se trata de hacer un hueco a las mujeres. El verdadero cambio exige cuestionar las estructuras que impiden abrir y compartir los órganos de decisión.
La imagen de la desigualdad se hace más relevante cuando se compara con otros sectores empresariales. Según el Esade Gender Monitor 2025, las mujeres ocupan apenas el 22% de los puestos directivos en España. En el fútbol, esa proporción ni siquiera se alcanza. Una discriminación que nada tiene que ver con la gestión empresarial. Los datos confirman que la presencia femenina en los equipos de dirección mejora la competitividad, la innovación y la sostenibilidad de las empresas. Incorporar mujeres no es una concesión, sino una estrategia de progreso.
Aunque a paso lento, existen avances institucionales. El Consejo Superior de Deportes exige ya una representación femenina del 40% en las federaciones, y La Liga ya roza el 37% en su comité de dirección. Son pasos importantes, pero aún insuficientes para doblegar la inercia que sigue relegando a las mujeres a un papel decorativo. Los planes de igualdad y los programas de liderazgo solo tendrán impacto si logran alterar las dinámicas de poder, más allá de cuotas.
Al fin, no se trata únicamente de porcentajes, está también el valor social que se proyecta. Las niñas que hoy juegan al fútbol deben saber que también pueden presidir un club o dirigir una federación. Su talento sirve tanto para marcar goles como para diseñar estrategias, negociar contratos o impulsar políticas deportivas. La falta de referentes en la cúpula no es solo una cuestión de justicia laboral, delata una carencia que empobrece al conjunto.
El fútbol ha sido siempre un espejo de la sociedad. Si la igualdad aún no llega a sus palcos es porque el reflejo sigue distorsionado. No se trata de sumar nombres femeninos a un organigrama, sino de transformar la lógica de quienes siguen creyendo que liderar es un verbo masculino.
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