Opinión | CON LA VENIA
El odio nuestro de cada día
Es una pena que hombres y mujeres dedicados a la política, como la presidenta de Madrid, contribuyan al crecimiento exponencial de esa postura
Érase una vez una presidenta en apuros que observaba un debate desde la tribuna del Congreso de Diputados. Sea como desahogo, sea como expresión de una neta voluntad de ofender, lo cierto es que, dirigiéndose al presidente del Gobierno, musitó claramente la expresión «hijo de puta», cuyo contenido ofensivo es más que evidente. En esa tesitura, lo más razonable y aseado habría sido rectificar esa expresión injuriosa del libro de sesiones. La reacción de la presidenta autonómica madrileña fue aprovecharse de la análoga sonoridad de las palabras «puta» y «fruta» para sostener, que se había referido al sustantivo «fruta», y no al adjetivo anteriormente mencionado. Con tal argucia, logró el entusiasmo de su bancada y el aplauso fácil –según creo– de sus más recios partidarios, pues siguen utilizando tan ingeniosa expresión que tiene, en primer lugar, la propiedad de degradar intelectualmente a quienes la utilizan.
No es que sobrevalore lo que podría ser un simple desliz o anécdota de la presidenta madrileña, sino su utilización retorcida y cada vez más extendida entre sus partidarios. Son expresiones susceptibles de odio, y ese veneno precisamente es lo que menos necesita nuestra sociedad en estos días.
No se trata de un hecho aislado, es un insulto más dentro de un clima general de espadas en alto, de una contienda de «todos contra todos». Es una pena que hombres y mujeres dedicados a la política como la presidenta, por cierto eficaz parlamentaria, contribuyan al crecimiento exponencial de esa postura.
Son muchos los elementos que han contribuido al nacimiento y posterior expansión de este fenómeno tristemente cotidiano
El primero de ellos tiene su causa en la conducta de los propios partidos políticos. No se puede esperar un comportamiento ejemplar de sus seguidores cuando los líderes dan un ejemplo negativo, pues declarada la guerra lo normal es que los militantes de base primero, y los votantes después, se contagien de esa enfermedad gravísima para el funcionamiento democrático. De tanto oficiar como soldados de ese nuevo ejército, terminan todos enfermos de difícil pronóstico pues llegan a aceptar mentiras y falsedades como verdades inapelables Si todos roban, añaden ¿por qué no hacerlo nosotros? Así reza el primer mandamiento del nuevo credo.
El segundo sostiene que es necesario extender la basura a las familias de los dirigentes. Es curioso constatar que la propia presidenta de Madrid afirmaba su convicción de que su pareja no habría tenido problemas judiciales de no ser precisamente su pareja .
El tercer mandamiento es el que promueve el deterioro de las instituciones del Estado o, lo que es lo mismo, de sus Poderes. En este capítulo habría que incluir la búsqueda de toda clase de mecanismos para descalificar su imagen olvidando, como es el caso de Álvaro García Ortiz, que no estamos en presencia de un Fiscal General del Estado sino del Gobierno, a pesar de esa denominación que viene suscitando numerosas y perturbadoras polémicas.
En último lugar, como factores que han influido en la situación actual de la guerra de todos contra todos se encuentran las cuestiones relacionadas con el poder judicial, directa o indirectamente. Aquí, se pueden incluir cuestiones como la encarnizada pelea entre el PSOE y el PP por el proceso de designación de los miembros del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. A lo largo de su evolución ha quedado muy claro que se trata de nombramientos con carácter exclusivamente político, lo que produce disfunciones en el ejercicio de sus competencias y en la percepción que de las mismas tienen los ciudadanos
Esta supuesta arbitrariedad o partidismo es suficiente para que el prestigio de la respectivas instituciones sufra un daño irreparable conforme al célebre dicho que alude a la mujer del César. Los casos de la esposa y del hermano de Pedro Sánchez son el ejemplo de cómo los promotores de las correspondientes acciones judiciales no pretenden obtener únicamente una reparación penal, sino un ataque a la dignidad de sus familiares e indirectamente del propio señor Sánchez como presidente del Gobierno. Analizando en su conjunto todos los vectores indicados, la fácil conclusión a la que se llega es que en el momento presente no se dan las condiciones de restablecimiento del espíritu del 78, que aun entre enormes dificultades fue capaz de unir a todo un país en la confiada expectativa de un tiempo nuevo y limpio. Así que mucho me temo que no habrá posibilidad alguna de escapar del la máxima que nos dejara en El Gatopardo Tomasi de Lampedusa: «Para que todo siga como está, es preciso que todo cambie».
Pero si nos dedicamos únicamente a contemplar el curso de los acontecimientos puede ocurrir que la historia, de nuevo, actúe por su cuenta y riesgo.
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