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Opinión | Sedimentos

Niños felices

La violencia verbal, trocada en despotismo permanente en nuestro entorno, magnificada a través de la tecnología y dueña de una gran parte de las noticias, incluido el debate político, constituye un virus maléfico que infecta muy rápido todas las esferas de la vida social. Un rencor dañino que se cuela en las aulas y engendra diligentes secuaces en las artimañas de martirizar a sus compañeros, extremadamente vulnerables en las primeras etapas de la existencia.

El caso de Sandra, la adolescente que se suicidó hace unos días en Sevilla, víctima de acoso escolar, provoca una conmoción emocional, de estremecedor recuerdo, que obliga a pensar en tantos niños y jóvenes para los cuales ver salir el sol no es sino el cruel preludio de una nueva y cotidiana jornada de tortura.

¿Qué pueden hacer los padres, en una situación que a menudo se les escapa? Estar muy atentos a cualquier señal de alarma, entre las que destaca una muy significativa: el niño no va contento al colegio. Las directrices de conciliación hacen posible una mayor atención a la conducta de los hijos, pero no siempre son accesibles y aún menos en la medida necesaria; sin embargo, el bienestar de los pequeños supone tal prioridad en el ámbito familiar, que se hace preciso procurarles un ambiente que semeje un cálido nido. Cuanto más extenso es el tiempo en común con un menor, tanto más la convivencia favorece una comunicación productiva y se hace más difícil ocultar los síntomas preocupantes que provienen de la esfera escolar o se gestan en el mundillo propio de las amistades y grupos afines que rodea a los niños, más allá de la protección paterna.

Todos los mayores somos responsables del bienestar infantil y, cuando menos, tenemos la obligación de exigir por parte de quienes tengan poder para ello, la normativa necesaria orientada para tan loable finalidad.

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