Opinión
¿’Dimitir’?
La política española se está convirtiendo en un laboratorio semántico donde las palabras pierden significado o adquieren otro. Un ejemplo: cuando Carlos Mazón dice que dimite, ¿ha dimitido?, ¿va a dimitir?, ¿seguirá como presidente?, ¿como diputado? No, sí, sí, no...
Dependiendo de los sentidos que se apliquen al verbo «dimitir», tendremos como paradójico resultado a Mazón ocupando aún su despacho de la Generalidad, su escaño del Parlament y sus puestos en el partido que le permite jugar con las palabras, con los administrados, con los votos; incluso si un juez así lo determina, con las vidas de quienes murieron cuando él comía y charlaba de temas tan intrascendentes como su propia persona. Es decir, que no se va.
Ocurre con estos mediocres representantes, malos oradores, chisgarabís, que todo lo cambian para peor, desdoran, sin salvar ni el lenguaje. A Mazón, si queremos saber, ya no lo que piensa, sino lo que dice, hay que ponerle traductor. De lo contrario, no se le entiende. Feijóo ha intentado traducirle, pero como tampoco él sabía muy bien qué pensar de Mazón, ni que decir de él, se ha hecho un lío y, a su vez, hay que traducirle también, debiéndose buscar un tercero capaz de aclarar sus respectivos pensamientos, pero que no sea Abascal.
A Pedro Sánchez, por poner un ejemplo opuesto, se le entiende incluso cuando miente o «cambia de opinión» (siendo su hemeroteca la demostración de que nunca dice la verdad o la dice a medias, algo que, al establecerse como norma, ha dejado de ser noticia). Sánchez, al traducirse a sí mismo en traslaciones simultáneas que incluyen las dos caras de una misma moneda, está por encima de Mazón y de Feijóo en la gramática parda de la política; es más claro que ellos; miente mejor; y cuando promete algo parece, incluso, que vaya a cumplirlo.
Como los tres han encontrado otros significados a «dimitir», a ninguno le irá mal en la Real Academia de la Media Lengua, donde nada es verdad ni mentira y ellos tienen (otro) sillón.
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