La equidistancia suele verse como algo positivo. Está bien vista, bien considerada. Mantenerse a la misma distancia de distintos objetos o situaciones supone, especialmente para los periodistas, un valor añadido a la profesión entendida como capacidad para contar los hechos desde un punto intermedio. Sucede algo parecido con la objetividad, una cualidad que atribuye a quien la posee el arte de ver, narrar, entender, transmitir algo sin dejarse influir por absolutamente nada externo ni interno como ideas o sentimientos. Ser objetivo es imposible, te lo dicen el primer día de clase en la facultad. Ser equidistante es complicado, te lo cuentan el segundo día de prácticas al entrar por la puerta de un medio de comunicación.

Puede parecer contradictorio pero la realidad demuestra que no tanto. ¿Se puede ser equidistante con la violencia de género, el abuso infantil, la corrupción? ¿Debe darse el mismo protagonismo al agresor o al delincuente que a sus víctimas? Altavoces sociales, sí. Interpretadores y justos, también.

Ayer fue el Día Mundial del Ruido y en política los sonómetros están pitando más que nunca. Se critica, se insulta, se exige, se censura, se señala, se atemoriza, se tergiversa, se grita, se calla, se otorga. Se hace demagogia, se silencia, se vilipendia, se desvía la atención, se habla de democracia, de libertad, de decencia, de amenazas, de pactos, de cordones sanitarios. Parole, parole, como dice la canción, pero no se actúa en consonancia. Aquello de que determinados actos tienen consecuencias a algunos ni les suena. Donde dije digo, digo Diego y aquí paz y después gloria. Las palabras se las lleva el viento.

Pero la vida pública es mucho más. Los representantes políticos tienen una responsabilidad y no pueden actuar como quinquis de barrio o aspirantes a trileros de alguna serie ya disponible en plataformas de pago. Poner en duda el funcionamiento del sistema, las instituciones y la democracia misma por intereses partidistas es peligrosísimo. Dudar del envío de unas cartas amenazantes a cargos públicos, no condenar la violencia y condicionar el mensaje al titular fácil es frívolo e indecente. Lo mínimo es respetar las reglas del juego, al resto de adversarios y a los ciudadanos. No todo vale. No todo es justificable. Y todos debemos reprobar estas actitudes.

No querer pronunciar extrema derecha no significa que no exista. Resistirse a identificar en España movimientos como los que desde hace años hay en Francia, Italia u Holanda es tiempo perdido. Cuanto antes nos demos cuenta mejor porque hasta entonces estaremos haciéndonos trampas al solitario y tapando una realidad que quién sabe si ha llegado para quedarse.