En un análisis cuantitativo de los hechos o de la utilidad de la gestión pública no encontramos ninguna respuesta para el éxito de la candidatada del Partido Popular a la Comunidad de Madrid. Es la penúltima comunidad en gasto sanitario, con una inversión de 1.340 euros por habitante, la que menos invierte en Educación, mil euros menos que la media nacional. Según el Índice de Desarrollo de los Servicios Sociales, el gasto social por habitante es de 338,28 euros, el decimocuarto en el ranking, siendo la comunidad autónoma más rica del país.

La más rica de España, aporta el 19,2% del Producto Interior Bruto (PIB) del país, pero según un informe de Cáritas de finales de 2019, con la desigualdad más alta entre los más ricos y los más pobres. Y con unas consecuencias económicas post pandemia por encima de la media española, el paro ha crecido en Madrid una media del 21,4% frente al 11,3% estatal. Su rendimiento legislativo ha sido mínimo, dos leyes aprobadas en la Asamblea y es el único gobierno autonómico que no ha llegado siquiera a presentar presupuestos.

Y frente a todo esto, los últimos cinco sondeos electorales publicados otorgan a la candidatura de Ayuso entre el 39% y el 43% de los votos. A casi uno de cada dos madrileños la rendición de estas cuentas le parece como poco, aceptable. A casi uno de cada dos madrileños la versión simplista del libre albedrío y el hedonismo ahogado en cañas le parece más que suficiente. Y los electores no se equivocan, por mucho que algunos no entiendan que el problema no está en desacreditar a los votantes, si no en entender por qué lo hacen. Y esta es una de las grandes incógnitas sin resolver en el caso de estas elecciones como lo fue con otros candidatos en otros ámbitos.

La simpleza de las declaraciones de la presidenta, que ya son incontables, su acreditado desconocimiento del funcionamiento de su administración, que gestiona más de 20.000 millones de euros anuales, no hace mella en sus posibles electores y producen cierta simpatía cercana al latín compassio en aquellos que no lo son. Estamos atentos a cada movimiento suyo, y repetimos hipnóticamente sus estrambóticos comentarios que avergüenzan a muchos, pero no hacen mella en sus correligionarios ideológicos que lo perciben como la cara humana de la mujer de hierro que se enfrentó a Sánchez. No hemos sabido explicar cómo suceden estos liderazgos, por qué es tan difícil contrarrestarlos y qué ocurre en casi la mitad de la población tan inteligente como la otra mitad para convertirla en presidenta. Conformarse como la líder indiscutible en dos años tiene un gran mérito, en contra de todo, incluso de sí misma.