Como si del mito de Dédalo e Ícaro se tratara, así hemos vivido esta última campaña por la presidencia de la Comunidad de Madrid. No sé si será objeto de estudio en las facultades de Ciencias Políticas en los próximos años, ni sé qué será en unas semanas/meses de todos aquellos que nos han atropellado con su falta de educación y con su temeridad al creerse dulces Ícaros, cuyas alas jamás se iban a derretir, sin entender que si te acercas demasiado al sol tus alas terminarán por derretirse y el camino recorrido hasta alcanzar aquello que anhelabas con tanto ardor, ha sido el espejismo al que acabas de someter a todos aquellos que decidieron idolatrarte, porque lo más fácil es gestionar la nada en medio de una histeria colectiva que se conforma con que le brinden unas alas con las que terminará quemándose ante el sol y en el cielo de Madrid.

Pero todos sabemos que la realidad no es lo mismo que la verdad, porque la realidad son solo un conjunto de detalles que según quien los gestione y con qué intención, se convierten en una verdad, cuyo único propósito es ser zarandeada en el corazón y en las mentes de todos los que han olvidado que libertad no es un concepto de pertenencia, sino de universalidad, porque la pertenencia es posesión y la libertad es lo opuesto, es algo así como escuchar la música con todo el cuerpo y con la atención parecida a la que presta un condenado en su celda al ruido de unos pasos que le traen la noticia de su salvación.

Hubo un tiempo en el que los partidos políticos se presentaban a las campañas con unos programas, mejor o peor elaborados, que permitían debatir, para, en última instancia, convencer y alcanzar la victoria, término siempre tan dudoso y esquivo en el incierto arte de la política. En esta campaña -espero que los políticos vuelvan a hacer política y se dejen de acariciar mitos que solo nos desvelan fracasos anunciados- muy pocos partidos han jugado con decencia, sinceridad y serenidad, porque parece que la decencia, la sinceridad y la serenidad es algo así como un tiempo consumido y acabado en aras de una pose ausente de cualquier autocrítica y eficaz en ese gesto excesivo, chillón y estridente.

En esta campaña se ha aplaudido el insulto y la mala educación se ha hecho grito de guerra cuando no hay noche ni día, solo una neblina que es tiniebla y sobre el cielo de Madrid empiezan a crecer cuervos que son dormitorios empapelados con odio, porque la esperanza es un bolero que se ha ensuciado en una especia de ritual que tiene mucho de tribal y apenas habla del futuro, porque el mejor futuro es del que no se habla, como si no existiera.