No escribo sobre los malintencionados, que esos son legión e intentan sacar rédito de cualquier error ajeno, retorcer los datos para granjearse pequeñas victorias y se refocilan en el barro porque es su hábitat permanente. De esos es mejor ocuparse lo justo y solo para denunciarlos públicamente, pero hay un grupo de personas bienintencionadas que siempre se ponen en lo peor, que veían imposible que se pudiera controlar la epidemia, que la ruina económica es insalvable o que algo malo va a volver a suceder muy pronto. Creen firmemente en la fatalidad de su futuro y el nuestro, y cualquier decisión es un riesgo del que solo ven las posibles consecuencias negativas.

Los que tienen un pasado duro a sus espaldas han sido protagonistas de las peores tragedias del siglo veinte es hasta prudente operar con esa prevención, pero el resto de las generaciones que hemos vivido con nuestras respectivas dificultades dentro de los límites del primer mundo acomodado, justo ahora, no podemos permitirnos esa actitud. Ante la mayor transformación social que supone la Cuarta Revolución Industrial, resultado de la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas hay que afrontar el desafío con ánimo de lucha, no de resignación. Justo cuando el papel del hombre como un elemento esencial en los modelos de producción se está viendo reducido o sustituido, más se necesita de un impulso transformador que regule, proteja e impulse el mercado de trabajo. Ninguna de las conquistas en derechos y libertades se hizo solo desde el lamento. La unión que produce una queja común no es lo suficientemente poderosa para revertir las inequidades que suponen cualquier cambio. Si el esqueleto institucional y organizativo se nos ha quedado corto para afrontar la nueva realidad habrá que modificarlo hasta que consigamos el acoplamiento entre necesidades y actuaciones. El mundo no para y nosotros no podernos quedarnos quietos recordando las bonanzas de un pasado reciente, los ciudadanos somos cada vez más flexibles y susceptibles de adoptar el molde político y social que nos contiene. Esto rompe sustancialmente con la mentalidad característica de generaciones anteriores representada por tener valores y dogmas más sólidos. Pero estas condiciones de incertidumbre constante no deben permitirnos niveles de exigencia menores sobre lo irrenunciable. Hemos sido brutalmente zarandeados por esta crisis sanitaria incluso aquellos que todavía pensaban que la revolución no llegaba hasta donde estaban. Sin caer en el falso positivismo necesitamos estar más despiertos que nunca y más esperanzados.