Lío con la llegada de dosis. Con AstraZeneca. Con los grupos de edad. Con los contratos de las farmacéuticas. Y ahora con los deportistas o, mejor dicho, con los jugadores de la selección española de fútbol.

«No vacunamos a los futbolistas sino a la selección española». Son las palabras del ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, a cuenta de la polémica sobre la inmunización del equipo de Luis Enrique durante la Eurocopa. Sí, en plena competición, porque este debate no se ha planteado antes de viajar sino en medio de la concentración cuando ha aparecido el primer positivo por coronavirus en la plantilla, el de Sergio Busquets. Entonces prendió la mecha de la preocupación, saltó la alarma y comenzó el vaivén de declaraciones. Una vez más hemos visto el sí, no, quizás, quién sabe y, al final, era lo que teníamos pensado. Un cambio de criterio en horas.

La historia es que, una vez confirmada la infección del capitán, llega el ahora qué hacemos. Los deportistas olímpicos sí han sido vacunados con previsión para los Juegos de Tokio. Llegarán inmunizados y centrados únicamente en la parte deportiva. La decisión la tomó el Comité Olímpico Internacional. En cambio, el Gobierno central no ha afrontado la inoculación del equipo de fútbol español hasta ahora que le han explotado los contagios en la cara.

Entonces, ¿les vacunamos o no? ¿No son suficientemente privilegiados ya como para adelantarles la protección por delante de otros colectivos como los trabajadores esenciales? La polémica y la demagogia están servidas.

Hasta ahora la estrategia de vacunación se ha fundamentado sobre dos pilares: la vulnerabilidad y la predisposición a sufrir afecciones severas en caso de contagio. Cierto. Pero ese criterio ha variado en las últimas semanas. Se han vacunado, por ejemplo aquí en Aragón, a temporeros y empleados de la industria cárnica. No se han tenido en cuenta ni su edad ni sus patologías previas. Se ha valorado exclusivamente, que no es poco, el riesgo de contagio que supuso la movilidad de estos trabajadores el año pasado.

No nos hagamos trampas al solitario. Millones de españoles van a estar pendientes de los partidos, van a sufrir con las derrotas y a disfrutar con las victorias. Y no digamos el éxtasis nacional que vivirán si vuelven a levantar la Copa. Necesitados de alegrías estamos. Un centenar de vacunas no parece un esfuerzo imposible pero sí un gesto que muchos no están dispuestos a tener.

Finalmente parece que se les va a vacunar. Tarde y mal. Porque aunque reciban el pinchazo hoy mismo no estarán protegidos hasta dentro de unos días, con la competición avanzada. La decisión ya es lo de menos. La chapuza es inevitable.