No necesitamos tantos calificativos, ni tantos escenógrafos ni tantas performances de mesas petitorias, pancartas o megáfonos. Parece imposible abordar el asunto catalán alejándonos del ruido y del rédito político que todos esperan tener, unos y otros. A algunos les cuesta comprender que no estamos en 2019, que todo se ha movido, esta vez sí para no quedarse igual. Ninguno de nosotros somos los mismos, ni los políticos presos salen igual que entraron, ni sus partidos políticos mantienen la unidad y la fe inquebrantable en que sí se podría o que por lo menos harían creer a la mayoría de la población que era posible, aunque muchos de ellos sabían que estaban jugando al despiste frente a una sociedad colérica con la crisis y la corrupción que obligó a Artur Mas a salir en helicóptero del Parlament cuando todavía era presidente.

Salimos de la pandemia vapuleados y frágiles con poca tolerancia a lo intrascendente, igual que hemos aprendido a vivir con menos, la retórica política nos sobra. La hiperadjetivación de Casado en contra de los empresarios y la Iglesia catalana, la medida puesta en escena del presidente Sánchez con los focos del Liceo imitando a las caritas sonrientes de los emojis, los gritos e insultos en el exterior del Palau generan un agotamiento en los ciudadanos que estarán en contra o a favor de los indultos pero que no soporta tanto esfuerzo estéril.

A mí se me hacen también insoportables los sustantivos grandilocuentes, que terminan manoseando los conceptos fundacionales de la democracia y estoy deseosa de escuchar verbos, en tiempo presente a poder ser obviando el subjuntivo. Hacer y avanzar haciendo, de la manera más discreta posible, con la mano tendida siempre y el paso corto. Sin esperar redenciones de nadie y posibilitando que cada parte encuentre una salida airosa para sus electores y su discurso, por eso la necesidad de los movimientos controlados en principio poco ambiciosos pero las transformaciones se suceden desde dentro y con un proceso de riesgos controlados. Los calificativos nos incendiarán el pecho, pero no nos darán de comer, con ellos no retornará la actividad económica a Cataluña, no descubren vacunas, ni consiguen levantar un curso escolar. El entretenimiento llena buena parte de nuestro ocio, pero los conflictos políticos y de país se atacan desde el rigor e incluso el aburrimiento. La vida legislativa de los parlamentos no es trepidante, ni se resume en las cuatro frases de gloria de los plenos semanales, y los procesos de negociación necesitan de horas de estudio de la letra pequeña y de discreción, así que no molesten.