Desde que el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, anunciara la posibilidad de indultar a los presos del 'procés' hemos oído de todo. De todo quiere decir de todo, y si bien hemos escuchado palabras que entendían esta decisión como un camino hacia la concordia, palabra tan en desuso en estos tiempos de culebrones políticos y desarraigo ideológico, también hemos visto como unos y otros acusaban a Sánchez de ser el promotor de tantas plagas y males como van a azotar a España, ante la decisión de indultar a unos presos que sobradamente han cumplido una condena que quizá nunca debió ser, pero que se niegan a arrepentirse y ahí, en lo del arrepentimiento, está la madre del cordero de esta España nuestra, en la que el pecado y el arrepentimiento nos han perseguido como un mantra y se han utilizado social y políticamente para mantenernos a raya y en estricta cuaresma, y hacernos comprender que solo hallaremos la gloria eterna si tras el pecado cometido mostramos un claro y sincero arrepentimiento.

Resulta que los presos del 'procés' no parecen arrepentirse de aquella fatídica y pueril decisión que tomaron en 2017, pensando que todo iba a ser de color de rosas y que, burlando a la Constitución y al Estado de derecho, iban a convertir Cataluña en república e independiente, algo increíble y demagogo, algo así como un cuento de hadas con final imprevisto y de confrontación.

Pero ese no arrepentirse ha permitido desarrollar a determinados grupos políticos y de opinión un discurso lleno de ancestros y viejos dogmas, en los que sin arrepentimiento sincero, vaya usted a saber qué significa sincero en un contexto tan contradictorio, no hay perdón, olvidando, o no queriendo recordar, que muchos son los hombres indultados en España desde que se instaurara la democracia, tras años de dictadura férrea y culpable de muchos de los males que como sociedad arrastramos. Y si ahora nos quieren hacer creer que todos aquellos otros indultados se arrepintieron, hay que decir que eso no se ajusta a la verdad, porque desconocemos sus almas y una filosofía de vida no la modifica ningún indulto.

Son las razones políticas y de convivencia las que justifican que un Gobierno indulte a determinados presos y si bien puede o no gustarnos esa figura siempre tan polémica, no debemos demonizarla cuando el indultado no es de nuestro gusto por razones identitarias, de conciencia, de pensamiento o por ser un ladrón. No cabe duda de que Sánchez arriesga al tomar esta decisión y con ella nos invita a ejercitar un pensamiento: la política no es rígida como las farolas que visten nuestras noches, necesita entender el sonido que marca estos nuevos tiempos y adaptarse fuera de clichés que nada bueno nos trajeron y que, como los indultos, repiten los acordes de nuestra peor banda sonora.