La figura del asesor del presidente es indefinida y su sombra se extiende alargada, porque es capaz de recomponer un titular y propiciar una tormenta cuando el cielo es azul y raso. Todo el mundo envidia al asesor, porque conoce los secretos incluso antes de que estos se produzcan y jamás desvela los pequeños delitos que el presidente oculta, y que son unos cuantos, para así convertirse en el líder más valioso y querido. El asesor conoce todas las palabras porque él las ha escrito, haciéndole creer al presidente que son suyas y de esa forma se convierte en el tesoro más deseado y es más codiciado que un amante esquivo y por eso el presidente está seguro, porque tiene a su lado al asesor, su asesor.

Con él viaja, con él come, con él bebe, con él ríe y con él compone y descompone y a su lado es capaz de ser brillante, porque la mirada de su asesor todo lo aplaude, hasta lo descaradamente inaceptable y que entre los dos convierten en aceptable de tantas veces como lo han repetido y de tantas veces como el asesor del presidente le ha dicho al presidente que eso, justamente eso, es lo que tiene que hacer sin importar el desgarro que provocará esa acción, que solo tiene sentido para los intereses políticos del presidente que sabe, porque así se lo ha dicho su asesor, que puede dejar de ser presidente porque las encuestas no avalan su labor, cuando su labor, así lo cree el presidente, es dejarse la piel por sus conciudadanos.

Un día el asesor, que ya no soporta la mirada de gloria del presidente que se ha creído dios siendo un simple mortal, decide y no consulta y le dice que tiene que frenar el envejecimiento de la población, porque es muy costoso, y para ello las mujeres tienen que tener niños, muchos, niñas, muchas y orquestan una campaña de bonificaciones, de discursos florales, de maternales cuentas y de extensos disparates que hacen que el presidente no vea nada hasta que ya no es más que un títere al que maneja un asesor que lo odia porque él, el asesor, es el que tiene la valía, es el que le ha hecho crecer hasta ser el hombre más poderoso, es el que le ha dado discurso y toda una vida, la suya, que el presidente ha vampirizado hasta convertirse en la imagen distorsionada de su propio asesor.

Nadie entiende nada y nadie entiende por qué el presidente, un gran presidente lleno de cordura y talento, ha decidido su suicidio político con una campaña endeble, rancia y llena de lugares comunes, ya superados y sobradamente cicatrizados, que ha levantado la ira de mujeres y hombres que ahora no lo quieren, porque les ha engañado, dicen, y con rabia y dolor, como añorando un amor de juventud, se preguntan: ¿Quién asesora al presidente?