Ya estamos otra vez. Ahora, el problema es la indumentaria de un equipo femenino de voley. Resulta que la selección de Noruega se negó a disputar un encuentro del Campeonato de Europa de balonmano playa con el bikini que obliga la normativa.

Todo empezó cuando el equipo nórdico propuso sustituirlo por el que llevan habitualmente sus compañeros hombres. Una malla. Corta también. El reglamento europeo exige a los equipos masculinos camisetas sin mangas y ajustadas, y pantalones cortos no muy holgados y siempre 10 centímetros por encima de la rótula. Para los femeninos impone tops y bikinis ajustados, con corte en ángulo ascendente hacia la parte superior de la pierna y con el lado ancho de un máximo de 10 centímetros. Ahí es nada.

Las noruegas lo tuvieron claro desde el principio de la competición. Querían vestir como los jugadores hombres. Les comunicaron que semejante desafío podía acabar en multa, otras penalizaciones e incluso la descalificación, según relató la capitana del equipo a la radiotelevisión pública de su país. Así que empezaron en bikini y, cuando cayeron en semifinales, acabaron la final de consolación en mallas. Contra España, por cierto.

Llevan años luchando para cambiar esta normativa anticuada, desfasada, incómoda y machista. Cuentan con el apoyo de su seleccionador, del presidente de la federación noruega y, probablemente, de una inmensa mayoría de compañeros. No entiendo por qué lo que resulta válido en la modalidad masculina no lo es en la femenina. No creo que la indumentaria para practicar el voley playa sea una cuestión técnica inamovible. El quid de la cuestión, como siempre, es querer cambiar las cosas.

La misma voluntad que ha faltado en el caso de Ona Carbonell. La capitana del equipo español de natación sincronizada se ha resignado a viajar a los Juegos Olímpicos de Tokio sin su bebé, de once meses. Pidió a la organización llevarlo con ella para seguir amamantándole. La respuesta fueron unas condiciones tan duras que ha tenido que decir no. No han tenido en cuenta el esfuerzo titánico de la deportista catalana por compaginar el deporte de élite con la maternidad. Ni que tenga que recurrir a un sacaleches diariamente durante la estancia en Japón porque su cuerpo y la naturaleza no entienden de interrupciones deportivas en la maternidad. Nada.

¿Hasta cuándo ser mujer pesará en determinados ámbitos, situaciones o profesiones? Si hemos podido salir de una emergencia sanitaria mundial ¿seremos capaces de acabar también con esta otra pandemia silenciosa que es el machismo? Por desgracia para muchos, los gestos y las gestas son cada vez más sonoras y numerosas.