Los Panchos, ese trío melancólico que solo trae noticias de desamor, cuadra tanto en sus textos para hablar de los desengaños amorosos como de las decepciones reales. Real como el exjefe de la Corona en España, que lleva un año en el exilio forzado, suspensión temporal de la convivencia con el país que acababa de reinar o un tiempo para tomar distancia y ordenar su vida, como le quieran llamar. Desde los Emiratos Árabes Unidos, demostrando que el teletrabajo ha llegado para quedarse, ha presentado voluntariamente dos regularizaciones fiscales, por más de cinco millones de euros sin requerimiento previo de clase alguna. El periodo de reflexión parece le ha servido para darse cuenta de que había olvidado realizar sus aportaciones a la caja común del reino que reinaba, pero no gobernaba.

Quizás también porque desde la soledad que tanto lamenta, le habían llegado recomendaciones de ese círculo íntimo que tanto le protege y le debe de la necesidad de presentar esas regularizaciones como la vía para poder eludir una acusación por delito fiscal.

Miembros de la Fiscalía suiza y española indagan desde hace tres años sobre la fortuna de Juan Carlos I y el presunto cobro de comisiones. Tres grandes escándalos siguen con su investigación abierta, los cien millones de dólares transferidos por el Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí a la cuenta de la Fundación Lucum, propiedad de Juan Carlos I, en relación con la investigación del tren de alta velocidad Medina-La Meca; las transferencias de 800.000 euros realizadas por el empresario mexicano Sanginés-Krause, a través del coronel del Ejército del Aire, destinadas a sufragar gastos de la familia real, y unas terceras diligencias sobre fondos provenientes de la isla de Jersey a través de un testaferro, Joaquín Romero-Maura. Y cada expediente abierto deriva hacia la posibilidad de más entramados, la Agencia Tributaria y la Fiscalía se vigilan de cerca y ninguna quiere ser la primera en cerrar su investigación por temor a que un hallazgo de la otra la pille con el pie cambiado.

Pero los escándalos se olvidan pronto, y un año después nos llegan más ecos rosas a veces tirando a oscuros casi negros, con declaraciones de la amante y socia despechada, las visitas que recibe el monarca y sus hábitos cotidianos. Colectivamente se va borrando la figura del monarca campechano, pero el daño institucional hecho y que carcome al resto de poderes del Estado sigue avanzado. Solo queda la estela del latrocinio cometido, el señor que perdió todo incluso su paso por la historia es solo la caricatura de a quién creímos conocer.