Es difícil vivir en un recuento diario de víctimas sin que se consigan más que las condolencias de rigor y la indignación de las mismas, sí en femenino, porque ni siquiera los lamentos se reparten por igual. Seguimos frente a la indiferencia de muchos, la negación de unos pocos y la inoperatividad de las políticas contra la violencia machista. Desde 2009 se han presentado 1.708.524 denuncias y se han registrado 1.280.998 víctimas. En poco más de una década más de un millón de personas y no cambia nada, bueno sí, aumenta la desconfianza de las mujeres en denunciar porque el sistema no genera una respuesta rápida y porque ves la amenaza de la muerte en las noticias casi todas las semanas.

Tenemos no solo un problema de aplicación de la ley, sino que es necesario un replanteamiento de los procesos que marca la norma, y lo que es más difícil superar la cultura social del predominio del hombre sobre la mujer. Esto ultimo lleva tiempo y ganas, y no todos tienen, porque renunciar a una situación de privilegio no resulta atractivo ni en esta situación, ni en otras, como la última encuesta del CIS señala sobre el pago de impuestos. Y mientras tanto, deberemos hacer algo porque hasta las manifestaciones resultan incómodamente naifs ante la brutalidad imparable no solo de los asesinatos sino de las agresiones en un análisis más amplio.

Seis de cada diez españolas relatan haber vivido algún tipo de agresión en la calle, en el trabajo o en el transporte y resulta que estos datos son sorprendentes. Lo increíble es donde han vivido las otras cuatro mujeres porque solo hace falta preguntar a tu alrededor para darte cuenta de que incidentes así han sufrido la mayoría de las mujeres y que todos los hemos normalizado como una herencia de generación en generación. Esto no sorprende a nadie, otra cosa es que mires hacia otro lado. Si naces chico, no te tocarán el culo por la calle, ni una mujer se rozará sus genitales contra ti en el transporte público, no te encontrarás con una mujer desnuda abriéndose la gabardina a medio metro de distancia, no te agarrarán en los bares si no le haces caso, no te empotrarán contra una pared, no te forzarán para obtener lo que no quieres dar voluntariamente, y todo eso hace que la perspectiva sobre la violencia sea claramente distinta por mucha empatía que manejes.

Vivir como potencial víctima es una de las injusticias sociales más flagrantes que seguimos sin modificar un ápice, tenerte que encerrar tú mientras el agresor anda suelto sigue siendo el mundo del revés, y pelear por la credibilidad de las víctimas no pasa en ningún otro tipo de violencia. Y no sé a ustedes, pero a mí me resulta insoportable.