El Papa ha hablado sobre la vacunación contra el covid. Lo ha hecho en un vídeo dirigido al pueblo latinoamericano. Inmunizarse supone un acto de amor hacia uno mismo y hacia los demás, sobre todo los más vulnerables, ha dicho. No es habitual que se posicione en asuntos controvertidos. Mucho menos que lo haga de una forma clara y alineándose con la ciencia. Está bien teniendo en cuenta que existen determinados temas en los que éticamente es reprobable que la Iglesia se ponga de perfil. Y de ética y reprobación, o ausencia de alguna de ellas, sabe de sobras.

Francisco da este paso en público para contrarrestar el escepticismo hacia las vacunas en algunos países. También por la campaña de algunos sectores de la propia Iglesia católica cuestionando el pinchazo. Algunos párrocos han llegado a colgar carteles en las puertas de sus templos para explicar por qué no inyectarse la vacuna merecería perdón. Una justificación que invita a la acción. Como cuando estudiabas para un examen y veías a la que sacaba buenas notas prepararse chuletas. No te lo habías planteado hasta ese momento pero, oye, si siempre le salía bien…

Otra vez, Francisco se desmarca. Se escapa por la banda. Desde que llegó a la plaza de San Pedro muchos han dicho de él que no es un Papa al uso. Típico. Tradicional. Modélico. No sé qué sería serlo ni para quién. Quizá llevar la contraria a las altas estructuras vaticanas. Apostillar las intervenciones pontificales con pinceladas de vida terrenal. No olvidar su pasado en Argentina en el barro de la evangelización. Ser consciente de que el hábito no hace al monje, aunque haya cambiado las sandalias por zapatos y el color de la sotana. Dejar de ocultar el problema de pederastia que existe en el seno de la Iglesia. Podría ser eso, sí.

Pero con la Iglesia hemos topado. Hasta él se ha dado cuenta. No es el primero en discrepar de su familia y darse contra un muro. El Papa nunca ha sido un problema para la consecución de objetivos de las altas instancias católicas. Tampoco ha sido suficiente para transformar determinadas tradiciones por más devoción que tuviera. Hablar de revolución quizá es demasiado pero un mínimo atisbo de modernidad, de progreso, de acompasamiento con la vida del siglo XXI se esperaba de él. Con o sin razón. Pero adaptarse a los nuevos tiempos no debería ser solo retransmitir misas por internet.

Creyentes, descreídos, ricos, pobres, de derechas, de izquierdas, heterosexuales, homosexuales… si hay una institución transversal en el mundo es la Iglesia católica. Y no debería olvidar que existe por y para sus fieles. Sin excepción. La fe no caduca pero se desgasta.