Nos acostumbramos a todo. Dicen que el ser humano es capaz de adaptarse a cualquier circunstancia por dolorosa que sea y lo vemos a diario: lo vemos en los cuerpos de los hombres que se lanzan al mar buscando esperanza o en el rostro de una mujer violada que en su silencio y miedo esconde su deseo de seguir adelante. También lo vemos en los refugiados que, ataviados con su vida, atraviesan fronteras y lo vemos en esas historias de superación de gente normal que cree en cosas normales y quiere vivir una vida normal, apacible, sin estruendo ni traca final.

Esa gente de la que hablo somos todos nosotros en un nosotros que entiendo como colectivo y sin fisuras, un nosotros que abraza y no demoniza, un nosotros que respeta y tiende la mano para que el mar no sea un cementerio, ni las fronteras un alambre con espinas donde los cuerpos se amontonan sin recuerdo.

Sin embargo los días que vienen tienen cada vez menos de ese nosotros y se adueñan de un discurso en el que lo que impera es el yo encadenado a través de otros yos que piensan como el primer yo y que cargan contra nosotros por ser diferentes, pensar distinto, tener un color diferente, por ser mujer o ser elle y al actuar de esa forma lo único que demuestran esos yos es su incapacidad para aprender, para entender que la vida tiene el corazón demasiado encogido para que lleguen unos matones de poca monta y arrasen con todo usando el miedo como arma, la venganza como cargador y la mentira como tiro de gracia.

No sé qué nos ha pasado, pero la reflexión debería ser colectiva, para de alguna forma dar respuestas que impidan que todo lo conseguido hasta ahora se disuelva como un azucarillo en un café hirviendo y sin embargo al pedir eso, sé que estoy pidiendo un imposible, porque en la batalla por alcanzar los votos cada partido se olvida de ese nosotros ejemplar y como aves carroñeras nos atacan y se atacan con el único fin de obtener más votos que sus contrincantes políticos, con los que en estos momentos debieran sumar y no dividir para evitar restar. Hay amenazas por doquier y quizá la amenaza más silenciosa es la ingesta indigesta de poder que hace que unos y otros se consideren los mejores, cuando el término mejor en el mundo de la política debiera ser borrado y acuñar otras palabras que sean de solidaridad y de atención; de ternura y comprensión.

Hay días en los que la nausea cubre las declaraciones porque son solo eso: una nausea donde bucea el odio, se posa la venganza y se atropella la libertad. Pero no pasa nada y los límites se van haciendo cada vez más elásticos y torpemente vamos cayendo en la trampa y dejamos que las palabras reboten y nadie parece darse cuenta de que los yos tienen una estrategia muy bien establecida, mientras los nosotros cada vez estamos más a la deriva y más empeñados en no entendernos a base de riñas de anuncios luminosos. Insensata torpeza.