Si viven en Zaragoza capital y utilizan el transporte público habitualmente quizá hayan llegado tarde estos días al trabajo, al médico o, desde ayer, al colegio. No habrá sido porque se les han pegado las sábanas, o sí en algunos casos. La razón hay que buscarla en la huelga del tranvía y los autobuses urbanos. Ambas plantillas han empezado a realizar paros parciales a distintas horas del día ante la falta de acuerdo con sus respectivas empresas en la negociación de los convenios colectivos, caducados ambos, por cierto, desde hace varios años.

A nadie le gusta ver alterada su rutina, especialmente estos días que muchos acaban de inaugurar tras las vacaciones. A pocos les apetece cambiar minutos de sueño por otros de espera en la parada de turno mientras esperan la llegada del servicio público en cuestión. Y lleno hasta los topes a según qué horas. Pero hablando ayer mismo con una usuaria sobre el asunto recordé lo importante que es la perspectiva porque en ocasiones, arrastrados por las prisas y el día a día, se nos olvida lo importante. De ahí lo conveniente de la reflexión que me hizo.

Lo que me dijo la joven en cuestión al preguntarle por las afecciones que causaban los retrasos de las frecuencias fue breve y contundente: «es lo que hay». Unos segundos más tarde lo desarrolló un poco más. «Estoy de acuerdo con la huelga de los trabajadores en general, es la forma que tienen, tenemos, de presionar a la empresa y hacernos oír, en este caso, ante la ciudadanía. Si no hacen ruido y generan afecciones en el servicio no serviría para nada. Lo bueno es que lleguen a un acuerdo cuanto antes y así lo notemos el menor tiempo posible». Amén.

No es frecuente encontrarse con semejante comprensión por parte de los afectados. En este caso del transporte público, otras veces del servicio de limpieza, de sanidad, de educación... Ayer mismo también, familias afectadas por el retraso en la construcción del colegio público María Zambrano se movilizaban para hacerse oír y reclamar atención al departamento de Educación.

Quien más y quien menos ha vivido de lleno o de refilón alguna protesta. Como actor o como espectador. Como ejecutor o como víctima. En frío y desde la distancia, convendría no olvidar que tienen una función, un objetivo y una meta. Las reivindicaciones pueden ser justas, excesivas, razonables o inoportunas. Cada uno que se informe y valore cada conflicto laboral en cuestión. Pero valdría la pena recordar que a nadie le resulta plato de buen gusto tensar las cuerdas y alterar la vida de tantos ciudadanos de una tacada. Comprensión, empatía y paciencia. Si algo tienen en común es que todas las huelgan empiezan y acaban.