No es lo mismo el error que el engaño. El segundo de los casos conlleva manipulación, obtención de beneficio y abuso de poder. Cuando el ciudadano está desinformado o autodesinformado sin planificación no es desinformación, se necesita además de un modo de manipulación organizado y con objetivos concretos para hablar de desinformación.

La relación entre verdad y democracia a lo largo de la historia nunca ha sido fácil. Y en tiempos de representación, como los nuestros, todo el edificio democrático se apoya sobre la opinión pública. Sobre la formación de esta opinión pública impacta especialmente la verdad y ahora parece que la apariencia de verdad es más importante que la verdad misma. La verdad es, de hecho, poco importante a la hora de crear y modelar la opinión pública, porque los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones.

En las democracias esto también favorece la suplantación del discurso político racional por la seducción emotiva de una retórica tramposa, que puede conducir a quebrantar el sistema de valores y principios en los que se fundamentó. En la sociedad del conocimiento, la información es la materia prima y la comunicación es un elemento esencial para la democracia, que requiere de una base de racionalidad, que se debería representar en el diálogo parlamentario. Cuando ese diálogo utiliza un lenguaje político desvirtualizador e insultante se va alejando a este de la realidad, y provoca la tan denunciada como peligrosa separación entre gobernantes y gobernados.

Si aceptamos ese modo de comunicación como algo normalizado y lo exportamos a nuestra vida corriente en una sociedad cada vez más voluble, más sentimental en búsqueda permanente de la satisfacción inmediata provoca que los actos se midan exclusivamente por sus consecuencias inmediatas. No importa lo que se diga, ni cómo, ni nos medimos por el principio de contradicción porque se puede decir una cosa y al día siguiente todo lo contrario sin que esto vaya a influir en las dinámicas de voto. Hemos acogido no solo el error sino la mentira como inocua en nuestras vidas y nada más peligroso que va larvando nuestra convivencia. Igual que en la corrupción aquí no sirve el y tú más. Los hay que viven más cómodos en la mentira, que han visto a los inmigrantes agresores del joven que no fue agredido en Malasaña y que aún así piden responsabilidades a los que creyeron de buena fe la denuncia. No podemos rebajar la calidad de la democracia defendiendo la desinformación porque sea de los nuestros y atacando solo en los contrarios. Es el caldo de cultivo para el populismo y la polarización que tanto criticamos.