Es inquietante el tratamiento con el que los medios de comunicación desarrollan las noticias que tienen que ver con el maltrato hacia las mujeres. Diríamos que de no haber niños de por medio la noticia ocupa un espacio de incierta brevedad, como si realmente esa vida tuviese apenas importancia en una espiral de violencia hacia las mujeres, a las que se les otorga un número para formar parte de un registro de víctimas que engorda para nuestra vergüenza y asco.

«Pero España en este asunto es un país muy avanzado», dicen y así esperan que lo creamos cuando apostillan: «No sé de qué os quejáis, aquí se os tiene en cuenta. Hay países vecinos que ni siquiera contabilizan el número de mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas». Y cuando escuchas esto quieres gritar y expresar todo tu desgarro, porque constatas que somos el eslabón más delicado, el más vulnerable y el peor tratado a lo largo de siglos despeinados, en los que las mujeres eran tan invisibles como necesarias, convertidas en ocasiones en la mejor mercancía para el chantaje y en otras simplemente manipuladas, olvidadas, humilladas y traicionadas.

Y las cosas no han cambiado tanto por mucho que nos hagan creer que así ha sido. Y no han cambiado porque realmente no podemos seguir en el siglo XXI repitiendo fórmulas que funcionaron en las últimas décadas del siglo XX, pero que hoy en día ya no funcionan porque la sociedad ha cambiado, cada vez es más radical, y que nadie crea que los derechos que las mujeres han alcanzado son para siempre, de eso nada, y según vayan las cosas en la primavera del 2023 habrá que salir a las calles, pero no en esos espacios que se nos permiten y en los que estamos controladas y donde nos dejan llorar cada primer martes de mes por todas esas mujeres asesinadas. La historia no la han escrito las mujeres, desgraciadamente, solo hemos sobrevolado sobre ella con cierto distanciamiento y una innegable soledad, no escogida, sino impuesta social y psicológicamente, porque una y otra vez nos han dicho que estamos locas, que somos pasión y no razón y que en nuestro corazón hierve el pecado original que nos hace indiscretas, histéricas y rebeldes. Ser mujer en algunas sociedades es una infamia, algo así como un castigo divino para un progenitor inculto y déspota que solo ve en esa niña un cuerpo con el negociar y al que abandonara a la peor de las suertes posibles. Pero eso tampoco es noticia, es una realidad que está ahí, pero contra la que muy pocos luchan porque la víctima es mujer, niña y pobre

No estamos de enhorabuena y al no estarlo nosotras, tampoco deberían estarlo ellos, porque todo lo que la mujer pierde en derechos, libertad y respeto en cualquier lugar del mundo hace añicos el futuro y desarrolla sociedades enfermas, crueles, sin talento y repletas de avaricia, desprecio y sometimiento.