Tenemos la semana llenas de guerras internas, que son las verdaderas confrontaciones porque juegan en el mismo campo con los que en algún tiempo fueron aliados, con los que compartiste tu tiempo y los daños emocionales son mayores que cuando lo que toca es arremeter al partido contrario.

El independentismo catalán dividido, que mucha noticia no es, pero con la salvedad que ahora ERC ha cogido el banderín del liderazgo. Las tensiones internas en el Gobierno entre PSOE y Unidas Podemos, aunque aquí los acontecimientos se suceden a tal velocidad, que de un día para otro son una piña en la intervención del mercado eléctrico, la subida del SMI, y la bilateralidad con Cataluña. Pero se siguen mirando de reojo, se necesitan pero compiten entre ellos. El difícil equilibrio entre competición y colaboración de la política española. Hasta la CEOE tiene su bronca interior porque el presidente Garamendi ha jugado a favor de obra durante todo este mandato apostando por la concertación social y la recuperación de una necesaria normalidad en Cataluña, pero hasta aquí ha llegado, necesita recuperar su imagen de patronal al uso. Si hasta Pablo Casado estaba realmente enfadado con esos posicionamientos de los que consideraba aliados naturales. Pablo está sufriendo un corrimiento de tierras a sus pies que quizá cuando calibre el alcance del mismo ya esté cayendo, metafóricamente, en el agujero. A él que sale victorioso de un proceso congresual y nombra a dedo los candidatos en el territorio madrileño, una de las designadas le planta cara. La amiga que creció gracias a él, que gana las elecciones que él no ha podido ganar, que tiene mas desparpajo en un directo de Instagram que sumadas el total de las fotos de «Pablo Casado mirando cosas», de la que necesita para su épico relato de la remontada contra el PSOE ha decidido que quiere ser lideresa libre, sin tutelas ideológicas ni estrategias nacionales.

Y la vieja guardia o ha ido tomando partido por ella o se están distanciado más del presidente nacional. Ni Aznar, ni Rajoy estarán presentes en la cumbre de Valencia, ni la propia Ayuso que tiene su agenda internacional en el país donde la libertad es una estatua. La pelea orgánica por el poder en Madrid es la avanzadilla de la guerra final, eso sí, aquí a través de persona interpuesta en la piel del alcalde de la capital. La pop star maneja los apoyos de los jóvenes a través de Tiktok o de Instagram que hace parecer al joven Casado como un político decimonónico con difícil conexión con la militancia joven y lo suficientemente alejado de la imagen de orden y poder que los afiliados más longevos necesitan. A Casado las deslealtades le van a llegar en cascada y como siempre pasa, será el último en enterarse.