Vivimos tiempos complicados. No hay que ser muy listo para darse cuenta. Todo sucede muy rápido. La realidad es cambiante. Lo que hoy parece una certeza absoluta mañana es discutible. Resulta difícil encajar las piezas últimamente con tanto vaivén y a semejante velocidad.

Por eso no entiendo, ahora menos que nunca, que algunos critiquen tan duramente los cambios de opinión. Debería ser señal de fortaleza no de debilidad. Igual que uno no sabe lo mismo a los 20 que a los 30 ni a los 40 que a los 50 es comprensible que, bien por mayor información bien por más experiencia, existan determinados asuntos en lo que las convicciones cambien. O simplemente se deba a una cuestión de perspectiva. Ya se sabe que, a veces, solo alejándose se amplía el campo de visión.

Pero no. Algunos prefieren mantenerse en sus trece únicamente por no moverse ni un ápice de su posición inicial. Dialogar les parece una cesión. Pactar una humillación. Aunque solo cuando lo hace el de enfrente. Si lo hace uno mismo es responsabilidad, valentía y sentido común. La misma situación es distintamente valorable en función de los personajes. Si son del propio bando, aciertan seguro. Si pertenecen al contrario, error innegable. Vida de trinchera. Medirse y posicionarse según lo que hacen los demás.

Lo vemos habitualmente en política. Más que propuestas oímos reproches. Declaraciones cruzadas para responderse unos a otros, contraprogramándose, visitando los mismos lugares con una diferencia de horas para evitar que el otro diga que no has pisado el escenario de la tragedia. Dicen, afirman, señalan, explican, critican. Posan, hablan, pasean, se retratan. Pero no se escuchan, no hacen frente común, no se sientan, no comparten, no empatizan. Y no callan. Esto último es lo peor.

Entramos en unos meses donde el ruido será ensordecedor. La polarización se intensificará. Se acercan las elecciones y con ellas los nervios. No cabe la rectificación, el reconocimiento de errores en público, las alianzas. Toca ratificarse, sacar pecho, erigirse y atacar. Al de enfrente, al de al lado, al pequeño, al grande. Revolverse cual gato panza arriba. Suele entenderse como una muestra de liderazgo y capacidad. No estaría mal empezar a cambiar esa visión. Como la de hablar de fracaso cuando alguien no consigue sacar adelante su empresa. La cultura del esfuerzo no va siempre ligada a la del éxito. El que se exige y trabaja puede naufragar. Y alguien que no dé palo al agua ni esté capacitado para un puesto puede ascender laboralmente. Más de un caso conocerán. Pero ya de la conveniencia de la mediocridad social, si eso, hablamos otro día.