Si no contamos los casos de violaciones, no existirán. Si no educamos en sexo en las aulas, los jóvenes dejarán de experimentar. Si no mencionamos la palabra suicidio, no habrá. Si no hablamos de salud mental, esta no correrá peligro. Si silenciamos las secuelas psicológicas del covid, la gente vivirá más feliz. Si silenciamos las no fiestas, desaparecerá la juerga. Si no abordamos la migración ilegal, el mar no engullirá más vidas. Si no denunciamos la homofobia, se esfumarán las agresiones. Si no informamos de cada una de las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas, cesará el machismo.

Mejor inundemos los telediarios, los periódicos, las plataformas digitales y las redes sociales de buena «vibra», como se dice ahora. Fotografías y vídeos de bebés riendo a carcajadas. De adultos exhibiendo destino turístico. De perros haciendo de todo menos de perro. De celebraciones familiares idílicas. De demostraciones de amor. De pies en el mar. De caminatas transformadas en hazañas deportivas. De noches de fiesta hasta el amanecer. De recetas de cocina con las que impresionar a los amigos.

Que el mundo lo vea. Que admire la cara A. La que es digna. La que es como Dios manda. La que merece ser expuesta y compartida. La bonita. La envidiable. La optimista. La saludable. La de la superación personal. La de madrugar con buen aspecto. La del café con leche con un corazón dibujado. La del pastel perfecto. La que rezuma agua fresca. La que huele a algodón de azúcar. La que solo tiene arcoíris y unicornios.

Obviemos la cara B. Para qué. De todos es sabido que en la trastienda no suele haber cosa buena. Ni útil. Solo trastos viejos. Oscuridad. Desgana. Tristeza. Desengaño. Enfermedad. Reproche. Fracaso. Soledad. Aun estando a pocos metros del escaparate. Es irónico que alcancemos la edad adulta con esa actitud. Será porque de niños nos vuelven un poco locos. La mayoría hiperprotegida, dentro de la burbuja de síes y regalos, escucha que no todo en la vida es felicidad y condescendencia. Por supervivencia. Para triunfar. Les mostramos el camino de la responsabilidad y la corrección para ser alguien en la vida. Aprende a frustrarte y a manejar la rabia, les susurramos. Desde tu habitación rosa.

Qué curioso resulta ver cómo se esfuma vela tras vela cada letra, cada palabra. Desconozco en qué punto giramos el volante y nos desorientamos del todo. Los discos y los cassettes buenos tenían dos caras. Qué gratificante era darle la vuelta. Sabiendo que después de una A venía una B y luego otra vez la A, y otra vez la B. Cómo era escuchar esa música sabiendo que nunca sonaría dos veces exactamente igual. Viejos ciegos, que cantaría Kase.O.