Tener a un genio en la familia suele ser bueno. Ya no solo por el hecho de que alguien de tus apellidos salga talentoso, excepcional, brillante en algún terreno en particular, sino porque a menudo supone atraer a otros nombres destacados para hacer cosas importantes.

Nuestro Francisco de Goya era y es uno de ellos. Con motivo del 275 aniversario de su nacimiento estamos comprobando cómo pueden dialogar legados desde su atalaya. De genio a genio. En este caso, la conversación tendrá lugar hasta el 16 de enero en Zaragoza. A un lado Goya. Al otro lado del cable, Pablo Picasso. Casi nada. 130 obras del malagueño que convierten esta exposición en la más destacada del pintor andaluz hasta la fecha en Aragón.

El grabado tiene un papel protagonista en la muestra. Aquí podrá verse la serie completa de 'La Suite Vollard'. 100 obras realizadas en los años 30. Una de las comisarias, Marisa Oropesa, explica cómo Picasso plasmó todo lo que le rodeaba. Lo que amaba. Lo que le provocaba su día a día. Era como un 'youtuber', un 'influencer', comentaba en la rueda de prensa de presentación de la exposición. Ya puedo imaginar cuántos seguidores tendría. Me cuesta más elucubrar sobre las marcas que querrían patrocinarlo.

Según contaba el propio Picasso, no pintaba para evolucionar, pulir su técnica o alcanzar alguna especie de estado sobrenatural. Vivía el presente. Un 'carpe diem' azul, rosa o cubista, según tocara. Amor, miedo, pacifismo, republicanismo, toros… Dibujos, cuadros, grabados, esculturas… Casi cualquier formato, cualquier tema, nada era imposible de afrontar. Todo era un reto que, tras pasar por su cabeza y sus manos, se convertía en arte. Y en polémica. Qué sería el arte sino un generador de controversia, un despertador de emociones, un zarandeo del alma.

Qué difícil resulta separar al artista de la persona. No sé ni siquiera si es conveniente hacerlo. O al contrario. Quizá es impepinable marcar distancias. Digo esto porque hace unos meses, una profesora y sus alumnas entraron al Museo Picasso de Barcelona con camisetas en las que denunciaban que Picasso fue un maltratador. Desconozco si es verdad o no. Lo que me atrae de este hecho es el debate interno que despierta en cada uno de nosotros.

Conocer detalles de la vida personal de creadores y artistas como él te predispone, te influye, te determina. Pero hasta dónde resulta conveniente. Sería justo e injusto al mismo tiempo. ¿Puede, debe, aislarse una faceta de la otra? ¿No es lo personal lo que acaba reflejado en lo material? ¿Ser un agresor, una mala persona, te invalida como profesional? El arte como desencadenante de reflexión más allá de las propias obras. No me atrevo ni a contestarme a mí misma.