La soberanía es un concepto preliberal y predemocrático, eje fundador del Estado absoluto. Cuando se reconocieron los derechos individuales frente al Estado y la obligación de someter su poder al imperio de la ley, la idea de soberanía como poder ilimitado quedo alterada. La acción del estado democrático está ahora condicionada por los derechos individuales y queda regulada no solo por las normas constitucionales sino también internacionales que desbordan el tradicional concepto de soberanía nacional. Como ocurre hoy con otros conceptos, este también adquiere cualidad liquida, no solo y afortunadamente por la suma de los derechos individuales que hacen el derecho de los pueblos sino porque hacia las dos direcciones, la supraestatal y la subestatal de autogobierno territorial se hace más difícil señalar donde reside o a quién debe atribuirse la soberanía como poder ilimitado y concentrado. De ahí las polémicas en los distintos niveles de autoridad de a quién le corresponde dirigir qué, y sin interferencias de todos o parte de los asuntos colectivos que les afectan.

Vivimos en el enjambre de la interdependencia y eso solo si hablamos de lo institucional, porque en el ámbito de lo económico y lo comercial es tan evidente que incluso aquellos que se afanan en sus discursos en el elogio de la autarquía económica mueven su financiación y organización ultraderechista en redes internacionales, con Fratelli D’Italia, CHEGA, el Frente Nacional o los gobiernos ultraconservadores y soberanistas de Polonia y Hungría. Han hecho el camino hacia el iliberalismo con el dinero de los círculos ultraconservadores estadounidenses, con las injerencias del Kremlin o las donaciones del grupo de oposición iraní CNRI.

Mientras la patria se agita como un estandarte más para soliviantar el ánimo de los votantes, se abre una revisión histórica sobre la conquista de América, los usos del imperio, el perdón debido y un cruce sorprendente entre personalidades como el Papa, Díaz Ayuso, Casado, Biden o Abascal. El primero de todos ellos se habrá visto envuelto en la utilización de sus declaraciones, desde la sorpresa de su habitación de Santa Marta aunque con la experiencia de vivir en los años de la dictadura de Videla o el llamado Proceso de Reorganización Nacional, eufemismo destinado a la desaparición física de las personas en pos del bienestar de la nación. Por eso la utilización de las identidades colectivas para su celebración o reivindicación despierta recelos en los que estamos más preocupados en la defensa de los derechos y libertades individuales que nos dejaron las revoluciones modernas.