No recuerdo quién nos contó aquella historia, ni cuándo, ni cómo. Solo recuerdo la historia, que era una historia como cualquier otra, pero con un final inesperado que la hacía diferente a todas las historias y por eso era la historia y por eso, aunque no recordáramos ni quién la contó, ni cuándo, ni cómo, no podíamos desprendernos de ella y era más hipnotizante que el mar y el fuego juntos y más salvaje que el cerebro reventándose a preguntas sin respuestas.

A veces la historia no despertaba en mitad de la noche empapados en nuestros propios temores, que iban envejeciendo al otro lado de la almohada, susurrándonos que somos mortales y no sé cuántas cosas más que hacían imposible volver a retomar el sueño. En otras ocasiones se escondía y cuando ya la creíamos olvidada, surgía desde el interior de la tierra y nos dejaba atónitos y embelesados ante tanta destreza y destrucción.

Recuerdo que decían que la historia no tenía fin, que el fin era el que cada uno deseara y eso es lo que más miedo nos daba, porque ignorábamos en qué momento podía atacarnos, incluso dispararnos y dejarnos heridos en mitad de la calle vacía y arrasada y así luego alejarse altiva y triunfadora.

Nos había vencido y lo sabíamos, pero hacíamos como si no, para que las cosas fueran menos crueles, porque ninguno queríamos que se supiese que nuestro corazón estaba partido y en franca derrota. También nos habíamos convertido en sus esclavos y ella lo sabía y nosotros lo sabíamos, porque le habíamos dado todas las claves de nuestra existencia errática y desafortunada a cambio de que ella nos diera un final de cuento de hadas donde no hubiera ni malos ni truenos y todo quedara enmarcado en el susurro de una sola palabra: vivir.

A veces la historia nos olvidaba durante unas cuantas horas embriagados de alcohol y deseo y entonces no había recuerdos, ni las culpas retumbaban, ni los miedos afloraban y simplemente había almas encontrándose saciadas y plenas. Luego llegaba la mañana y la historia, esa que alguna vez alguien nos contó, se imponía y con su certera visión de las cosas colocaba un candado en donde unas horas antes anduvo distraído nuestro corazón.

Dicen que nadie ha podido vencer a la historia, porque simplemente es el cuento de todos y se forja con cada uno de nuestros miedos que se hacen transparentes con los años y se ensanchan en el camino transitado y por transitar y en cada zanja ella, la historia, deposita una letra de nuestro nombre para recordarnos que sin ella no seríamos nada por mucho que soñemos con cruzar el océano y acariciar el mar a través de una capa helada repleta de soledades, las que hemos ido almacenando con los años que nos quedan por vivir.