Vivimos tiempos extremos. En el clima, dicen los expertos que cada vez serán más frecuentes las olas de calor y los episodios de frío. En la vida, las expresiones violentas en la calle son de una brutalidad desconocida. En la política, las voces que más resuenan acaban siendo las más feroces.

A lo primero se responde con dos palabras. Cambio climático. Azuzado por la mano del hombre, es el fenómeno que más puede cambiar nuestra vida en los próximos años. Influirá en nuestra salud, en nuestro bolsillo y en nuestra forma de vida. Pero, como a corto plazo no vemos sus efectos directos, seguimos hacia delante sin urgencia ni cavilación excesiva. Por lo menos ya constituye una preocupación a derecha e izquierda.

La segunda explicación es más compleja. Algunos apuntan al resultado de la presión vivida este último año y medio. Con el confinamiento y la situación excepcional de la pandemia, algunos han experimentado una especie de viaje interior que no ha resultado precisamente enriquecedor. Psicólogos y psiquiatras señalan que ha sido un proceso similar al de una olla a presión. Al destaparla han salido expulsadas a propulsión una serie de emociones y sentimientos que, al desconocer cómo gestionarlas, nos han desbordado.

Para el tercer aspecto puede resultar relativamente sencillo encontrar argumentos. A más ruido, más repercusión. Más escoradas las posturas. Más alejados los discursos.

El pasado no tiene remedio. El presente y, sobre todo, el futuro, sí. Así que, si bien no podemos rectificar, sí debemos estudiar los próximos pasos. Para no repetir errores. Para mirar hacia delante con optimismo y sin recelos.

Arnaldo Otegi reconocía esta semana el dolor de las víctimas de ETA. Nunca debió haber ocurrido, ha dicho el portavoz de EH Bildu diez años después de la disolución de la banda terrorista. Se queda corto. Es hipócrita. Significa un avance por parte de la izquierda abertzale en aras de la convivencia en el País Vasco. Ha habido opiniones de todo tipo.

En los años más duros de ETA, se les pedía que abandonaran las armas y defendieran sus ideas únicamente desde las instituciones. Sin atentados. Sin tiros en la nuca. Lo han hecho. Una de las premisas de la democracia es respetar las opiniones políticas. Todas. Especialmente las que no nos gustan. Tacticismo político y electoral aparte, si esto nos lo hubieran contado hace 20 años cuando escuchábamos los avances informativos de las radios con los puños apretados, lo habríamos firmado. Seguro. Tan importante es solucionar los problemas como asumir su resolución. Lo demás, el mareo, el aturdimiento, la demagogia, es trampa. Y esas casi nunca dan buenos resultados.