Diez años desde que la banda terrorista ETA ha dejado de asesinar, torturar y extorsionar, este sí fue un hecho histórico que nos libró a todos de vivir con el miedo cerca, de empezar las mañanas con una última hora, que quedaba uno menos del lado de los buenos. Fue una noticia excelente, y más aún con el paso de los años en los que las dudas incipientes del inicio, acostumbrados como estábamos a los modos de la banda terrorista, se disolvieron y la paz se ha instaurado de tal modo en este país que las generaciones jóvenes no conocen nombres de víctimas por las que lloramos, nos manifestamos y que marcaron hitos en nuestra biografía porque este país era otro, achantado y sublevado a la vez, por el miedo y la violencia. Vivieras o no en Euskadi, fueras funcionario de la seguridad del Estado, político, ertzaina, cliente de Hipercor, usuario de la T4, vecino, paseante, que estuvieras vivo y a tiro era suficiente razón para perder la vida.

Y en lugar de homenajear a las víctimas, de reconocer el trabajo de todos los gobiernos en la búsqueda de la paz, del esfuerzo de todos los trabajadores públicos, de la movilización de organizaciones pacifistas como Gesto por la Paz, Bakea Orain o Denon Artean , del valor de los cargos públicos en los municipios vascos que intentaban mantener un reflejo de lo que conocemos como democracia aún a costa de su aniquilación física, en estos días que solo deberían ser de celebración nos enzarzamos en todo lo que queda por hacer, algunos como Mayor Oreja negando la evidencia de que ETA haya dejado de existir, convirtiendo las declaraciones de Otegi en la noticia del día e incluso poniendo en duda las intenciones de alguno de los protagonistas de las últimas negociaciones, como fue Jesús Eguiguren, en boca de algún tertuliano de ayer a última hora.

Claro que faltan cientos de asesinatos sin resolver su autoría, que hay que soportar los recibimientos a los presos de ETA a su salida a la cárcel que suponen una bofetada a las víctimas, y que ante todo esto hay que seguir actuando sin olvidar, pero sin obviar tampoco la revolución interna de la izquierda abertzale desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco que empezó a remover posicionamientos haciendo posible el comunicado del 20 de octubre de 2011.

Estamos en un tiempo nuevo, donde los objetivos y estrategias se mueven en la arena de lo político, de donde nunca debieron salir, y los esfuerzos por la memoria, la convivencia y la justicia restaurativa deberían ser la prioridad. Es difícil que nos sintamos reconocidos en una patria, la que sea, si ni siquiera somos capaces de celebrar la vida.