¿Qué fue antes el huevo o la gallina? Pregunta difícil de contestar. Igual que otra no tan popular y más importante si cabe. ¿Hablar de suicidios, violaciones o 'bullying' provoca 'efecto llamada'?

Históricamente ha generado debate informar de casos relacionados con alguno de los tres supuestos anteriores. Se creía que publicarlos suponía precisamente eso, darles publicidad y colocarles una especie de señal luminosa que podía animar a comportamientos de imitación. Conclusión: silencio. Aparente ausencia de estos delitos. Realidad ocultada. Pero no. Ocurrían y todos los días.

Durante 2020, según los datos publicados recientemente por el Instituto Nacional de Estadística (INE), 3.941 personas pusieron fin a su vida. Más de diez al día. Son 2,7 veces más que los fallecidos en accidentes de tráfico. Se trata de la cifra más alta desde 1906, año que empezaron los registros oficiales. 14 de esos muertos tenían menos de 15 años: 7 niños y 7 niñas. La Fundación Española para la Prevención del Suicidio advierte de que este acto es la principal causa de muerte no natural en España y la segunda en el caso de fallecimientos de jóvenes entre 15 y 29 años.

Según el último estudio del Consejo General de Psicólogos, un 15% de españoles ha tenido ideas suicidas en el último año. Es decir, 7 millones de personas. Más de cinco veces Aragón. El informe también recoge que una de cada cinco personas podría presentar un cuadro depresivo, y una de cada cuatro, síntomas compatibles con algún problema de ansiedad.

La OMS también saca sus propios cálculos. Existirían unos 20 intentos por cada suicidio que se consuma. Reconoce que se trata ya de una prioridad para la salud pública en Europa y alienta a los gobiernos a implementar estrategias de prevención cuanto antes.

Las cifras son terribles. Los casos, las caras, los nombres, las familias, los amigos, los compañeros que hay detrás de cada una de ellas más. Se acabó el tiempo de mirar para otro lado. La magnitud de semejante realidad es lo suficientemente importante como para hacerle frente. Con recursos públicos, planes específicos, pedagogía. Y mucha difusión, toda la que le hemos robado estos años por miedo a sus hipotéticas consecuencias. Comprobado ya que callar no es sinónimo de solucionar, gritemos. A los cuatro vientos.

Sufrir es natural, querer morirse no debería serlo. Por ello hay que ofrecer toda la información y el apoyo necesario para que cuando una persona atraviese esa pasarela donde todo se tambalea sepa que solo es temporal. Que tenga el convencimiento de que al final encontrará tierra firme donde sentirse segura. Que sea consciente de que no está sola y hay salida. Siempre la hay.