Hasta el invierno ha llegado antes de hora, ni siquiera un otoño melancólico para adaptarnos a los meses crudos. Ni fiestas, ni puentes, nada que celebrar. Empezamos el mes recordando a los muertos, y de ahí, de tirón, más de cuatro semanas sin espacio para la complacencia. Lo ordinario sobre lo ordinario. Lo que eres sin nada que te cubra, sin que el calor homogeneizador del verano o las fiestas populares te permitan arroparte en el grupo. El mes en el que el día se hace más corto, la factura de la luz ha tomado esa escalada por ahora imparable, la inflación se hace presente en cada compra del mercado, cada vez que pisas uno de esos comercios exclusivos que llamábamos frutería o pescadería. Los volcanes inextinguibles, la curva de contagios volviendo a subir, la noticias sobre nuevas variantes, las movilizaciones de trabajadores por negociaciones colectivas, las protestas en el campo, el embudo de suministros y el desabastecimiento global.

No nos han dejado mucho margen para la alegría, aunque los datos macroeconómicos sean buenos, las infecciones por el virus arrastren a muchas menos personas al hospital o la vacunación esté repuntando por la exigencia del pasaporte covid. Es fácil abandonarse en las malas noticias repetidas una y mil veces, lo es más todavía cuando seguimos tambaleados por el último azote que ha supuesto esta crisis, pero vendrán más, serán de otro calado con otra intensidad porque si nos alejamos de nuestra biografía reciente y entramos en la historia colectiva, el avance de nuestra civilización siempre se ha producido a través de cambios de paradigmas en ese movimiento incesante que nunca ha sido lineal.

Antes de que llegué el diciembre de celofán y copas con los compañeros de trabajo, antes de que las iluminaciones navideñas y la música ambiente nos transporte al siguiente año, mientras mantengamos el juicio hasta que la hartura de las buenas intenciones nos sobrepase recordemos que nos precedieron generaciones que vivieron bajo el terror, que mantuvieron la felicidad como una manera de resistencia como nos recordaba Almudena Grandes. Alguien tendrá que coger el relevo de devolver la épica de los derrotados para el gran público, de los resistentes, porque este mes triste también nos ha dejado más solos con su muerte. La vida nos llevará del lado de la fortuna o de la derrota, más de una que de otra, probablemente, pero ni en esos momentos debemos dejar de amar, de compartir, de reír porque el futuro es de la resistencia, no tengo dudas. Que no te quiten la audacia, la rabia, ni el compromiso, que no nos falte la alegría que sigue siendo el sentimiento más revolucionario.