Con la o de oscuridad, obstáculo y obcecación llega ómicron, la décimoquinta letra del alfabeto griego y última variante de coronavirus detectada y bautizada. Preocupa a científicos y autoridades por sus múltiples mutaciones después de localizarse numerosos contagios en el sur de África aunque hay quien rebaja el tono y mostrarse cauto ante la falta de evidencia de su mayor agresividad o contagiosidad. Otra vez, como lleva sucediendo el último año y medio, claridad y seguridad, la justa. Por más nuevas variantes que surjan, por más que creamos conocerlas, este virus nos está volviendo locos. No hay más. No resulta sencillo predecir el comportamiento y final de una pandemia, especialmente cuando los humanos jugamos al despiste.

De lo que sí tenemos certeza es de las consecuencias de ómicron. Vuelven la incertidumbre, el miedo y el peligro que pueden hacer descarrilar otra vez la recuperación sanitaria y económica mundial.

Varios países están suspendiendo vuelos con origen o destino a esa zona del continente. Ordenan cuarentenas y requisitos para entrar y salir de sus fronteras. La Organización Mundial de la Salud ya la considera de alto riesgo. Y comienzan las especulaciones. Retrocedemos a titulares de 2020, regresan los fantasmas de las restricciones y revivimos olas, análisis y premoniciones. Menos mal que ahora existe la vacuna y los más vulnerables se mueven con la tercera dosis. A pesar de que algunos quieran seguir dando la espalda a la ciencia y otros, por más que la reclamen con los brazos abiertos, no la reciban.

Sexta ola en Europa, séptima en Aragón y subiendo. La transmisión, la presión hospitalaria y las alertas sanitarias. Al mismo tiempo, al alza, la estupidez humana. Renacen los que abanderan luchas imprudentes. Los que intentan sacar tajada de una nueva crisis. Los que cuestionan las medidas que resultan efectivas. Paralelamente, bajando, y desplomándose, la salud mental.

La sombra de otro posible retroceso epidemiológico es cada vez más alargada. Y está más cerca. Sin esta variante la ola ya nos está dando un buen revolcón. Cómo acabaremos si se transforma en tsunami.

Y, cosas de esta pandemia, volvemos a hablar de todo esto, otra vez, a las puertas de las navidades. Cuando más reuniones familiares, intercambios de burbujas y aglomeraciones en comercios existe en todo el año. No sé si el coronavirus es ateo pero lo parece. Lo que sí es muy listo, porque aprovecha todos los momentos en los que bajamos la guardia para rearmarse. Esperemos que esta vez, con la vacuna ya en la calle, le cueste más hacerse fuerte. Aunque, claro, para eso tendríamos que estar todos inmunizados y ya sabemos que esa no es la realidad. Por lo menos en España las cifras de vacunación son bastante más elevadas que en el resto de Europa. Eso, para tranquilidad de muchos, también hay que decirlo. Es justo reconocerlo. Lástima que la globalización no nos deje presumir demasiado.