Se acabó, como diría la gran María Jiménez y sí, nuestro mundo es otro. Ni rastro de los felices años veinte que nos prometían después de la quinta o la sexta ola, es difícil acordarse. Sobrepasados por una incertidumbre que no esperábamos de una ciencia mal entendida, en una epidemia retransmitida al minuto, auto diagnosticada a base de test de antígenos y el desconcierto político que ha dado por amortizada la explosión infecciosa sabiendo que los escuálidos diques públicos no la iban a poder contener y que el confinamiento de toda la población era inviable económicamente e inasumible socialmente con el nivel de vacunación ya alcanzado en nuestro país. Transitamos hacía el siguiente año con más desconcierto que entusiasmo, con menos frases hechas, menos expectativas y más prudencia.

Entre la confusión ideológica de Pablo Casado que debe terminar el año mentalmente agotado porque no se puede decir lo uno y lo contrario con tanta asiduidad, la geometría variable del Gobierno que deberá cambiar de apoyos en el Congreso si quiere aprobar o ratificar la reforma laboral porque sus habituales aliados no parecen estar satisfechos con la nueva normativa, la lenta agonía de Ciudadanos que hace examen de conciencia igual cuando es demasiado tarde o no, ese es el espacio en el que nos movemos porque nuestros políticos son reflejo de nosotros mismos, una sociedad desconcertada. Y aún así seguimos marchando, con nuestros enroques, más lentos con más dificultades que las previstas inicialmente, aprendiendo a vivir con el desasosiego, las limitadas capacidades de las administraciones, aunque motor imprescindible para la supervivencia y el cambio. Hemos aprendido a convivir con la intolerancia y cada vez lo hacemos de mejor manera, a desmontar con más rapidez la información falsa, es lo que tiene el escepticismo que lo que ganas en cinismo lo pierdes de credulidad.

El año del radar Covid, o el pasaporte sanitario caducado en su utilidad a las pocas semanas de su irregular aprobación, mediada por las resoluciones judiciales, pero también el año de la vacuna, de las prestaciones colchón para aminorar la caída en picado que ha supuesto esta crisis mundial. Muchos no salieron, otros esperan en otras partes del mundo tener la misma posibilidad de preocuparse solo del confinamiento y no de la muerte. Ha sido un año trágico del que salimos al tran tran, como en las alegrías de Camarón, perdí el camino, mare, perdí el camino y que volveremos a encontrar espero que alejados de los ecos que prometen esperanzas vanas. Empezamos uno de nuevo con los mejores propósitos, pero con las más acendradas realidades.