Llevamos 75 encuestas electorales sobre unas posibles elecciones generales en el último semestre, más del doble de los casos en años sin convocatoria electoral, y a excepción de finales del convulso 2019 que llegamos a los 80 sondeos publicados, los periodos de precampaña y campaña electoral desde 2008 no se acercan ni de lejos a la explosión demoscópica que sufrimos en este momento. Todas muestran una tendencia de subida de intención de voto en la derecha, bien mediante una concentración en el Partido Popular procedente de la extinción de Ciudadanos cuando los populares no entran en la guerra interna siempre muy mal entendida por los votantes, o por un avance de transferencia de voto de casi un 15% del Partido Popular a Vox con respecto a las últimas elecciones y más de un 8% de Ciudadanos a Vox, según la última de las encuestas, cuando las discrepancias internas entre García Egea y Ayuso pasan al enfrentamiento público. No es de extrañar por eso que ayer visibilizaran el armisticio en un acto del presidente Fernández Mañueco que se juega la reelección en unas autonómicas anticipadas de las que probablemente no preveía que se vieran envueltas en este tsunami ómicron.

Un Partido Popular rozando el empate con el Partido Socialista, y cuya síntesis política del último año ha sido el no. No a la subida del Salario Mínimo, de las pensiones, a los Presupuestos Generales del Estado, a la Ley de Igualdad, de Vivienda, de Educación, de reforma de la FP, de despenalización de la eutanasia, y una abstención al Ingreso Mínimo Vital. Y aún así, los votantes perciben al PSOE como mejor gestor de la economía y el empleo frente al resto de los partidos, cuando estas siempre habían sido las fortalezas que exhibían tanto el PP de Aznar, antes de que la corrupción llevara a su ministro de Economía a la cárcel, y el de Rajoy que evitó el rescate del país según su memoria. Lo mismo sucede cuando las preguntas se refieren a los retos de futuro como la digitalización, el cambio climático o la sostenibilidad del sistema de pensiones. Un gobierno con su vicepresidenta Díaz y el propio Sánchez como los políticos nacionales mejor valorados, seguidos de políticos que suponen una competencia tan poco directa como Errejón o Arrimadas. Un Gobierno que resiste, pero no despega, del que se percibe como un buen gestor de lo cotidiano pero que transmite cierta confusión hacia dónde vamos. Y justo ahora que buscamos certezas y no historias emocionales, se necesitan además de evaluaciones objetivas del desempeño, proyectos a los que agarrarnos para sentirnos impulsados en nuestra vida y en la colectiva.