Sin razones objetivas para argumentar su no a las vacunas, los negacionistas proliferan y se escudan entre afirmaciones de cierto carácter apocalíptico y reflexiones vagas que se sumergen en contradicciones y destilan tanta insolidaridad como ruido de clarines al inicio de una batalla.

Negar la existencia del covid queda ya un poco trasnochado y nadie duda de su existencia, más que nada porque el virus sigue infectando, lo hace en un número alarmante, y matando. Lo de las vacunas, sin embargo, es otra historia y cada cual en su ejercicio de libertad individual puede decidir vacunarse o no. Si nos vacunamos, cosa que en España hemos hecho millones y millones de personas para proteger y protegernos, con nuestra decisión lo que estamos demostrando es nuestra confianza en la ciencia, la solidaridad con nuestros semejantes, sobre todo con nuestros mayores que tanto han sufrido en esta pandemia, y una actitud decidida donde no hay lugar ni para el egoísmo ni para el miedo.

Si por el contrario uno toma la opción de no vacunarse, tendrá que ser consecuente con esa determinación y saber qué puede y qué no puede hacer y sobre todo, y tal y como están las cosas, intentar no hacer mucho ruido, ni decir frases elocuentes que solo encierran lugares comunes en los que los negacionistas se han instalado con la peor de las desconfianzas, con un aire tremendista de conocer la verdad y toda la verdad y una ausencia total de duda.

A diario escuchamos declaraciones a un lado y otro del Atlántico que abogan por la no vacunación

A diario escuchamos declaraciones a un lado y otro del Atlántico que abogan por la no vacunación, mostrando a través de ellas su enfado y tildándonos de imbéciles y sumisos a todos aquellos que hemos querido contribuir a algo en los que creemos firmemente: el respeto, la armonía y el cuidado de unos para otros, algo en sí mismo ejemplar para construirnos y avanzar como sociedades.

En estos últimos días ha habido un caso, el del tenista Djokovic, que ha ocupado portadas y portadas, teniendo, como es un líder mundial, miles de defensores y tantos otros de detractores. Su decisión es lícita, no tanto ética, como lo es la tomada por los países que han anunciado que, si no se vacuna, no podrá participar en sus Gran Slams, con lo que eso representaría a nivel económico para el tenista y para todos sus patrocinadores que dejarían de exhibir sus marcas a través de las apariciones de Djokovic en los torneos internacionales. Entonces, quizá, lo veamos vacunarse y es que la religión del dinero es capaz de hacer tambalear cualquier principio y destierra a los infiernos aquello que defendimos con nuestras fauces de animales hambrientos.