Cuando Manuela Carmena entró en primera línea de la política con las elecciones madrileñas, más que sus viajes en metro o sus magdalenas eran sorprendentes sus declaraciones abominando de los argumentarios de los partidos que algunos repetían sin añadirles una coma. Han pasado pocos años, pero la tendencia se amplifica y se simplifica el debate. Estos días de exaltación por los paros patronales del transporte y las reivindicaciones del sector primario solo recibo mensajes de dos tipos, o unos señores vestidos de montería a caballo ondeando la bandera de España para denostar así al resto de los participantes en la protesta o las declaraciones de todos los transportistas que han roto el carné de afiliación del PSOE y se han unido a la huelga. Y es que no hay tanto señorito ni tanta afiliación por mucho que estemos en el bucle eterno de ridiculizar al otro o utilizar cualquier mecanismo para desestabilizar al Gobierno.

En medio de toda esta manipulación, los realmente afectados en esta tormenta perfecta de carestía de la energía, de falta de insumos esenciales, anclados en las decisiones europeas merecen un poco más de empatía por nuestra parte. La credibilidad de los que protestan no puede ponerse en duda, los datos les avalan y su continua denuncia en los últimos años, también. La deriva hacia una economía oligopólica no se resuelve con otros ajustes fiscales, esa fórmula tiene sus limitaciones ante un proceso de concentración que ha modificado por completo no solo las relaciones entre empresas y clientes, sino que ha pulverizado las normas de competitividad entre ellas mismas. Ante una solución compleja o incluso completamente transformadora del modelo económico, como propuso Sarkozy en 2008 en su alegato de refundación del capitalismo pero que olvidó en diez minutos, deberíamos alejarnos de los clichés. No existen manifestaciones del descontento buenas y malas, la irritación es el síntoma de la necesidad de actuación con el mayor apoyo político posible.

Quien esté en la derivada de hacer estallar todo menos a ellos mismos acabará abrasado, son tiempos graves en los que los ciudadanos no entendemos de consignas ni alineamientos, sino de algún acuerdo que haga posible salir en el mismo barco. No se consiguió en la pandemia, tenemos una guerra para ver si en esta segunda oportunidad lo logramos, no tendremos infinitas ocasiones para intentarlo de nuevo.

Las continuas turbulencias políticas internas de país se aprecian más como movimientos estériles que nos mantienen anclados en la irresolución de los problemas que como amalgama identificadora de los míos o los tuyos. Somos los mismos y necesitamos un futuro.