El Periódico de Aragón

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Ángela Labordeta

El triángulo

Ángela Labordeta

Donde no llegan los aviones

Un avión que no va a ningún sitio, la lluvia en la ciudad, los miedos de la infancia, el desvelo de la adolescencia, una ciudad que se apaga y brilla, los caprichos de la vida cotidiana, un golpe y sus efectos, las razones de la eternidad que nos consume, el grito de una revolución que nunca llega, la tarde sobre una cintura rota, el amor que no ama, el alcohol destruido y destruyéndote ahogado y silencioso, las notas de un arpegio desafinado, el ruido constante de las palabras brotando como si fueran nexos, cuando realmente nadie escucha nada. Hay un árbol que se apodera de la vida y sin embargo es amado y venerado, hay recuerdos que se rompen en pedazos y tiempos donde la política lo ocupa todo de forma desordenada; hay un zapato roto esperando a una abuela que es el grito contra el fracaso y unos padres que no saben que sus niñas son solo niñas. Hay una mujer silenciosa y otra que atada al miedo consigue eludir el grito y el horror. Hay desgaste y ganas de que todo vuelva a ser como el día en el que no te conocí. Hay huida y presencia y leviatanes que son las sombras que nunca quisimos contemplar y que nos fueron conquistando con alevosía y dura nocturnidad.

Todo esto y mucho encontrará el lector en mi nuevo libro, Donde no llegan los aviones, y que presentamos en la Feria de Teruel, ciudad que me vio nacer hace 54 años. ¿Por qué escribimos? ¿Por qué permitimos que los despojos de nuestros dolores sean visibles y no sentimos vergüenza, cuando sin embargo no queremos que nadie nos reconozca en nuestro físico, pero sí en nuestras palabras? Escribimos para matar, para amar cuando el amor es inalcanzable. Escribimos para volar y lo hacemos para llegar hasta lugares a los que de ninguna otra forma podríamos llegar, porque ni siquiera los aviones son capaces de alcanzarlos. Escribir es un reto que te ata las manos en ocasiones y en otras te libera y te convierte en un ser que deforma y estruja y que no tiene miedo porque vive en una cárcel construida con sus propias palabras. Escribir es delirio y rompe todos los esquemas y burla los candados y desdibuja los recuerdos para volver a recordarlos nuevos e inocentes y así ser un poco más inconsciente, quizá más feliz en un mundo que se revuelve y se llena de embustes, mientras la escritora sueña con abismos de oro que son viejas preguntas sin respuesta oxidadas y enterradas.

Y por eso este Donde no llegan los aviones, porque no quiero ser amada si eso supone mi perdón y tu desprecio en el tiempo de descuento, que comenzó cuando aprendías a nombrarme y se estrelló en la última sílaba. Escribir es decir a los dioses que eres inmortal, aunque ellos no lo sepan, porque eres dulcemente mortal, algo que ellos tampoco saben.

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