El Periódico de Aragón

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Carolina González

El séquito del dinero

Dinero, derechos, defensa o destrucción. La supuesta encrucijada a la que se enfrentaba el Gobierno de Pedro Sánchez ante la reciente llegada del emir de Catar empezaba con ‘D’. Un país que discrimina a migrantes, mujeres y personas LGTB y acota la libertad de expresión llama a nuestra puerta con una mochila repleta de gas y nosotros se la abrimos de par en par. Catar es el quinto proveedor de gas natural de España y, en un contexto de crisis energética generalizada por la guerra en Ucrania, garantizarse el suministro supone apuntarse un buen tanto. Y si encima trae 5.000 millones de dólares bajo el brazo, pues mejor. A ver quién es la guapa que cuestiona semejantes cifras.

Ha sido la primera visita oficial del emir catarí a España desde que en 2013 sucedió a su padre tras abdicar. Ha venido con una de sus tres esposas y ha sido agasajado con todo tipo de fiestas y honores. Ha recibido las medallas de honor del Congreso y del Senado, la llave de oro de la ciudad de Madrid y el collar de la Orden de Isabel la Católica. Ha disfrutado del brillo más resplandeciente de Zarzuela, de las mejores palabras de los representantes políticos y de la mayor atención de la alta alcurnia española. Ha pisado la alfombra roja que le hemos puesto para la ocasión y gozado de las grandes atenciones que merece un invitado internacional. Educación, mucha. Valentía, poca.

Plantear a estas alturas pan o dignidad es hipócrita, irreal e incongruente. Nadie en el mundo capitalista y globalizado en el que vivimos puede siquiera pensar en la posibilidad de rechazar tanto dinero y poder como el que voló desde Asia con el jefe catarí. Ahora bien, una cosa es no parecer ingenuo y otra ser un cínico.

«Catar se está abriendo al mundo y España quiere participar de esta apertura», decía Pedro Sánchez en un foro organizado por la CEOE. No hubiera estado mal que esas palabras fueran acompañadas de un largo discurso sobre acciones concretas. Que hablaran también de derechos laborales, esos que apenas existen en un país donde un trabajador tiene que pedir permiso a su jefe para cambiar de empleo o si es migrante tiene prohibido afiliarse a un sindicato. Que propusieran un plan conjunto de modernización. Con objetivos. Con plazos. Con políticas progresistas. Con compromisos. Sin vaguedades.

Sinceramente, el discurso del presidente del Gobierno se me quedó un poco cojo. Me resultó poco creíble, impostado. Hubiera preferido una respuesta más sincera y honesta. Aunque seguramente habría estado fuera de lugar. Esos valores son ya tan atípicos...

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